Clara Breña | Es habitual que quienes defienden abiertamente, o coquetean con, los nacionalismos fragmentarios como opción política deseable, o bien quienes defienden la necesidad de que las lenguas cooficiales con las que tales ideas están emparejadas sean implementadas o favorecidas (por encima de la lengua común como lengua de todos, suya también), recurran en su desesperado y siempre infértil intento de defender lo indefendible a uno de esos clichés que se ha convertido en bote salvavidas para quienes son claramente perdedores en tal batalla dialéctica, por forma y por fondo: “es que Franco reprimió salvajemente en/a [Cataluña, País Vasco, Galicia – por citar algunos de los territorios con pulsiones separatistas]”.
No voy a entrar a desengranar las circunstancias históricas que se produjeron en tales años y en tales territorios – para ello ya existen numerosas publicaciones donde se puede acceder fácilmente a los datos, para empezar, a los numéricos –, ni dilucidaré si tal represión fue, tal y como afirman rotundamente los propietarios de tal latiguillo, más cruenta o superior a la que se produjo en otros territorios de España (lo dudo, sólo diré eso). Me limitaré aquí a explicar por qué creo que dicho argumento, aun si fuera cierto que en la represión franquista en dichos territorios y sus lenguas (que ni siquiera hablan de personas) hubo un agravio comparativo especialmente sanguinario, es inválido y en absoluto justifica el punto en el que nos encontramos hoy con respecto a dicha cuestión.
Parecen estos exaltadores de naciones y lenguas propias tener una idea metafísica de España, si entendemos por metafísica la rama de la filosofía que se ocupa de las cosas eternas e inmutables, de las esencias en el sentido más idealista posible; de aquello que no cambia y que es inmóvil en el universo. Y digo esto porque cuando dicen eso de “es que Franco reprimió a [inserte aquí su nación periférica]” se olvidan de que quien reprimió fue, en todo caso, ese mismo, Franco. Que Franco en todo caso reprimió a España, o a parte de ella, o a ella entera (si entendemos por España la circunstancial comunión entre el territorio político y su ciudadanía). Que no fue España quien reprimió a nadie corporeizándose en Franco ni en su gobierno. Abrazan las citadas personas, así, una concepción metafísica de España, entendiéndola como una esencia, un espíritu absoluto, inmutable a lo largo de los siglos, atemporal, y que se encarna en diferentes personalidades según el momento histórico (sean estas Hernán Cortés, Felipe II, Francisco Franco o Pedro Sánchez), siempre movida por motivaciones ominosas y por un deseo irrefrenable de hacer el mal, de eliminar físicamente lo que para ciertos fanáticos se aleja de ese ser español.
Conviene recordarles a los adalides de tal idea de España que no somos quienes defendemos la integridad territorial del estado en base a criterios socialistas, y a nuestra defensa de la nación moderna, quienes tenemos una idea romántica, reaccionaria y metafísica de España, sino que son precisamente ellos quienes comulgan y defienden la dicotomía franquista de España/Antiespaña, ya que, en su colosal estulticia, están convencidos de que quien les reprimió en el pasado, es el mismo ser que les reprime hoy. Que resulta que hasta hay algún iluminado con txapela que asegura que España (o su gobierno de turno) debe pedir perdón por el bombardeo de Gernika; es decir: que España debe pedir perdón por un ataque contra España. Entienden por dónde van los tiros, ¿no? (Y esto no es ninguna indirecta a quienes compadrean con terroristas… o quizás sí).
Conviene también recordarles a estos que, aun si fuera cierto que la represión franquista en sus territorios fue más cruenta, despiadada y descarnada que en el resto de España (o del estado español, como gustan de decir), eso no significa en absoluto que deba producirse una suerte de reparación de tales horrores en forma de privilegios y de una situación de ventaja con respecto al resto de territorios y conciudadanos en la actualidad. A mí no se me ocurre mejor forma de restañar las heridas de una injusticia que caminando hacia la igualdad y rechazando de plano situarse (salvando las distancias) en la misma posición execrable que tanto dolor causó en el pasado. Quiero decir, que las peticiones – más bien exigencias y chantajes – de tratos de favor en forma de conciertos y privilegios fiscales y de indultos tan improcedentes como indecentes, así como de superioridad de las lenguas regionales con respecto a la lengua común, dicen mucho de la calidad moral y del oportunismo político de quienes las solicitan. Que sería mucho más digno, democráticamente decente y consecuente tener la igualdad entre ciudadanos y territorios en el horizonte, y no el deseo de inclinar la balanza a su favor a costa de las penurias de otros (cuyos antepasados, por cierto, también fueron duramente reprimidos en la dictadura).
Repito y concluyo: la desigualdad y la injusticia se combaten con igualdad y justicia, y no con la institución de un orden que otorgue privilegios a unos por encima de otros. No es digno de apelar a ese pasado de represión y sufrimiento quien hoy no manifiesta sentimiento de solidaridad alguno con aquellos conciudadanos de las regiones más deprimidas. Se pueden ir ellos, su idea metafísica y antimaterialista de España y toda su caterva de supremacistas al lugar que les corresponde y en el que ojalá se les ponga: el olvido y la insignificancia.
Clara Breña
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