«La filosofía metafísica de las culturas nacionales o autónomas es una música celestial, tanto más celestial cuanto más apasionadamente se la declama. En realidad es ideología vulgar y aun malsonante para muchos oídos críticos»
Gustavo Bueno, Hacia un concepto de cultura asturiana, 1980
«En lugar del antiguo aislamiento de la regiones y naciones que se bastaban a sí mismas, se establece un intercambio universal, una interdependencia universal de las naciones. Y eso se refiere tanto a la producción material, como a la producción intelectual. La producción intelectual de una nación se convierte en patrimonio común de todas. La estrechez y el exclusivismo nacionales resultan de día en día más imposibles; de las numerosas literaturas nacionales y locales se forma una literatura universal»
Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto comunista, 1848
Iván Álvarez | El 6 de mayo del presente año el diario de ideología marxista Gedar, escrito mayormente en euskera, publicó un artículo titulado «Ningún territorio libre» y firmado por Txaber Altube. En su artículo Altube hace una crítica al determinismo lingüístico que sentencia que es la lengua el factor determinante en la concepción del mundo. Altube, defensor de una concepción de la cultura coherente con el materialismo histórico afirma que «El modelo social que articula la producción y la circulación a nivel global impulsa y demanda una cultura global que perpetúe el modelo social». Se plantea que son el modo de producción capitalista globalizado y la división en clases los principales moduladores de la cultura de nuestras comunidades, creando una cultura global y a la vez mediada por la jerarquización social. En un sentido similar se publicaba en la web Ekida un artículo en euskera titulado «Kultura eta klasea» —«Cultura y clase»—, donde se defendía la tesis de que las clases sociales son los grandes grupos culturales de hoy. En este segundo artículo se critica la concepción etnicista de cultura, todavía hegemónica desde el siglo XIX, y dominante no solo en los ambientes nacionalistas, incluidos los nacionalismos vascos, sino en la sociedad en su conjunto.
A este segundo artículo respondió vía Twitter el militante independentista Eneko Compains, miembro de Sortu y profesor de la Facultad de Derecho de la UPV. Compains recrimina a los autores de la publicación de Ekida el obviar que la cultura vasca en concreto es una cultura oprimida, y que la falta de perspectiva patriótica vasca termina por ser funcional a la opresión capitalista y española. Compains, en un tono a nuestro juicio autocomplaciente, niega que en la izquierda abertzale existan elementos etnicistas. Muy al contrario, según Compains la izquierda abertzale defiende un nacionalismo progresista, basado en la lucha por los derechos sociales y la residencia, arguyendo que la izquierda patriótica vasca y ETA introdujeron innovaciones ideológicas y políticas que superaron la concepción etnicista de la cultura. El militante abertzale recibió a su vez la respuesta de algunos comunistas euskaldunes, pero a grandes rasgos la cuestión no ha trascendido de momento más allá de un pequeño debate tuitero. Sin embargo, resulta evidente que la disputa tiene más importancia de lo que parece.
Nosotros defenderemos aquí la tesis de que no solo el patriotismo vasco de izquierda también incurre en etnicismo, sino que todos los nacionalismos, incluidos los relativos a los estados nacionales, incurren en el mismo. No existe nacionalismo que no haga un cherry picking de elementos culturales como señas de identidad a asumir por el grupo que forma la supuesta nación. Y aunque no acuda a la etnicidad en lo doctrinal, lo hará en lo político, como elemento cohesionador. Desde las instituciones u organizaciones nacionalistas se promocionarán y establecerán fiestas, tradiciones, costumbres, marcos de valores y se trazarán líneas rojas entre el «nosotros» y el «ellos».
Sobra decir que la idea romántica de cultura, como motor e idiosincrasia de un pueblo, sigue siendo la hegemónica, también en País Vasco, como señalan en Ekida. Seguimos acompañando la cultura de un gentilicio relativo a una comunidad humana. Insistimos en hablar de cultura como conjunto de señas de identidad de un pueblo, y además lo hacemos como si «el pueblo» fuera una realidad que se puede acotar fácilmente y sus señas fueran nítidamente observables, y todas ellas compartidas por todos sus miembros. Esto es una impostura. Y el nacionalista responderá a esto: ¿Acaso no hay diferencias entre un español y un marroquí?, preguntará el voxeador ¿No las hay entre un vasco y asturiano?, reiterará el asturianista o el jeltzale. ¿Y acaso no las hay entre los propios asturianos? ¿Entre los propios españoles? Responderemos nosotros. Claro que existen las diferencias culturales entre diferentes colectivos, pues no hay dos hierbas iguales, ni dos valles, ni dos ciudades. No se trata de negar las diferencias —cada vez menores, pero eso para otro día—, se trata de impugnar los cauces a través de los cuales interpretamos esas diferencias. La idea de «cultura nacional» surge al calor del nacimiento y consolidación de los estados nación y los nacionalismos que aspiraban a construir uno, entre otras como arma política y justificación ideológica de esos mismos estados y movimientos políticos. Por esa razón es alienante, interclasista, y obsoleta.
La cultura, en sentido genérico, está atravesada por las numerosas contradicciones que caracterizan a las sociedades humanas. Existen diferencias culturales asociadas a la clase, al género, a la religión, al entorno geográfico, a la edad… Y esas diferencias se producen o se borran por choque, por conflicto, readaptación, acomodación, diglosia o hibridismo. Podemos encontrar elementos culturales circunscritos a las instituciones oficiales, y la consiguiente reelaboración por parte de las clases subalternas. Principios y normas que contribuyen a equilibrar y fortalecer el régimen socioeconómico, pero también los que disputan la hegemonía y propician el cambio. Decía Gramsci que «incluso el catolicismo es en realidad una multiplicidad de religiones distintas y a menudo contradictorias: hay un catolicismo de los campesinos, un catolicismo de los pequeños burgueses y de los obreros de la ciudad, un catolicismo de las mujeres y un catolicismo de los intelectuales».
En resumen, no tiene sentido hablar de cultura española como si todos los españoles, de Coruña a Murcia y de Girona a Cádiz, estuviéramos cubiertos por una esfera cultural que nos hiciera compartir el mismo modo de vida o los mismos valores compartidos. Lo mismo podemos decir a aquellos que piensan que existe un triángulo cultural que une Bilbao, Bayona y Tudela, y que todo lo que se sale de ese triángulo es otra cultura perfectamente distinguible, con gente con otra idiosincrasia, que se ajusta a otros topicazos y ve el mundo de otra manera. Me niego a pensar que de Llanes a Navia haya una misma cultura cuando en mi propia ciudad, Oviedo, si me dirijo al centro empiezo a toparme con personas que visten, hablan y seguramente piensen, coman, voten y vivan en una vivienda muy diferente a la mía. El conserje y el empresario que viven en el mismo edificio de la Calle Uría serán ambos ovetenses y asturianos, pero lo vivirán de maneras diferentes, y probablemente contradictorias. Al fin y al cabo, Asturias, España o Europa no tienen cultura, la tienen sus habitantes, y viven en sociedades jerarquizadas y conflictivas.
Esta idea de cultura, como sinónimo de lo distintivo y no lo constitutivo, no solo ha servido en la historia como justificación para pisarle el cuello al vecino, sino que se imprime en nuestra mentalidad, asumiendo esta cosmovisión interclasista y reaccionaria y lastrando a cualquier movimiento emancipatorio, donde el «ellos» siempre deja fuera de nuestros planes a más gente que el «nosotros».
Iván Álvarez
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