
Simón
Antonio Francisco Ordóñez | Uno vuelve, después de una temporada por Argentina y Brasil, con varias certezas: que allí existen grandes espacios vírgenes donde la naturaleza aún se presenta en todo su esplendor (sus glaciares y cataratas no tienen parangón en el mundo), que sus habitantes comparten con nosotros un lenguaje común y una cultura semejante lo que nos hace sentirnos mutuamente en hermandad más allá de las fronteras artificiales que nos hemos dado; y, que, lamentablemente, son países en los que se perciben grandísimas desigualdades (Argentina anda por el puesto 111 y Brasil por el 148 –donde España está en el 61– por lo que respecta al índice GINI que representa la distribución de ingresos entre sus ciudadanos por países).
El atraso y la pobreza resultan evidentes en unos países que parecieran haber olvidado hace tiempo referencias y a sus referentes; sometidos a la fuerza por el vecino del Norte que de forma inadmisible por imperialista se arroga el nombre del continente en su conjunto, América, para referirse a la parte.
Para intentar contrarrestar lo anterior, recordaremos a uno de esos referentes; cuya vida sería digna de trasladarse a un libro o a una película. Me refiero a Simón Radowitzky, cuyo nombre aparece unido al de Ushuaia y al denominado hoy turísticamente Tren del fin del mundo; pero que, en sus comienzos sirvió como medio de transporte de mercancías de la Prisión Nacional allí ubicada, concretamente para leña.
Simón fue un obrero judío ucraniano de militancia anarquista nacido en 1891 que sufrió en sus carnes la represión de los pogromos zaristas a principios del siglo XX. Recordemos que en 1902 se había publicado Los protocolos de los sabios de Sion un alegato antisemita falsificado de la Ojrana, la policía secreta zarista, cuyo objetivo era justificar ideológicamente la persecución y expulsión de aquellos. Su incidencia fue tan grande que llegaron a ser utilizados por el nazismo e, incluso, aún hoy en día lo son por grupúsculos reaccionarios.
Como consecuencia de lo anterior, Simón abandona su tierra natal y llega a Argentina en marzo de 1908 donde las penurias debieron ser grandes dada su juventud y la situación penosa que sufrían los obreros argentinos. Rápidamente entra en contacto con el anarquismo local y aporta sus enseñanzas de origen (no olvidemos que años después Ucrania llegaría a ser la primera experiencia comunista libertaria del mundo).
El 1 de mayo de 1909 Simón participa en las grandes manifestaciones que recuerdan a los mártires de Chicago en Buenos Aires. La cosa se complica y la represión comandada por el coronel de la policía Ramón Lorenzo Falcón acaba con la vida de 8 anarquistas y más de 40 heridos; y, se extiende en los días y meses posteriores.
El 14 de noviembre, Simón lanza un artefacto explosivo casero dentro del vehículo de Falcón; falleciendo éste y su secretario. Convencido de que sería ejecutado y antes de ser detenido intenta suicidarse al grito de ¡Viva el anarquismo! Sin embargo, no consigue su propósito y es juzgado, salvándose de la pena de muerte in extremis al constatarse su minoría de edad, conmutándosele por la de reclusión perpetua añadiéndosele “como castigo adicional, la reclusión solitaria a pan y agua durante veinte días cada año, en el aniversario del atentado”.
Tras una serie de vicisitudes acabará en el penal de Ushuaia (en el extremo sur de Argentina a más de 3.000 Km. de la capital) donde a las condiciones infernales meteorológicas se une el aislamiento (solo es posible llegar en barco) y los malos tratos que sufren los internos (una simple caries en el penal hace que los reclusos pierdan todos los dientes, por ejemplo). Además, Simón, llegará a ser violado por sus guardadores.
Tras un intento de fuga, apoyado por células anarquistas argentinas y chilenas, fracasado solo por la intervención de las autoridades del país vecino, Simón se convertirá en un símbolo de la resistencia obrera que exige su libertad.
En 1930 el presidente argentino Yrigoyen lo indulta; saliendo de la cárcel a la edad de 39 años. Simón se traslada a Uruguay, donde también sufrirá persecución por su ideología. Después se enrolará en las Brigadas Internacionales que luchan contra el fascismo en España.
Tras la derrota republicana y perjudicada su salud por más de 25 años de cautiverio acabará en México; muriendo en 1956.
No busquen en Buenos Aires ningún recuerdo de Simón Radowitzky. El represor de los que reclamaban justicia social, el coronel Falcón, sí tiene en cambio una estatua dedicada en el exclusivo barrio de Recoleta de la capital porteña. De vez en cuando en su base, aparece una pintada precedida del símbolo anarquista: “Simón vive”.
Antonio Francisco Ordóñez
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