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Ana Pollán | Leo el ABC.
Y La Razón. Y El Mundo. Y El País. Y Público. Y Eldiario.es. A veces con detenimiento, otras (las más) en lectura rápida, pero siempre combinando, al menos, un par de líneas editoriales (supuestamente) distintas. No me olvido de pasar por El Salto y ver qué dicen en CTXT. Los días que tengo tiempo, que son muy pocos, veo las noticias de las tres en La 1 o en la Sexta una hora antes y las de las nueve en Antena3. También frecuento la tertulia nocturna de 13TV, sobre todo en verano, y no es extraño que si me interesa mucho un asunto introduzca sus palabras clave en la sección de Google noticias y vaya consultando los titulares al respecto por fecha de publicación, sea cual sea el medio informante. Por OKDiario también recalo, aunque cierto es que sus titulares son, en general, especialmente tendenciosos.
De Reverte y de De Prada tengo decenas de artículos leídos. Muchos me parecen lúcidos. No menos ha leído de Ana Iris Simón, o de los columnistas habituales de El Diario.es o Público. Tampoco me pierdo los editoriales de Marhuenda y los tortazos sin duelo que Vicente Vallés, también en La Razón, ofrece al actual gobierno. Si como sola, lo hago con la tertulianada de Al Rojo vivo de fondo. Aprecio intelectualmente mucho más al señor Margallo, por poner un ejemplo, que al señor Antonio Maestre. A todo esto, por cierto, soy socialista (o sea, marxista), republicana, feminista y atea (o más importante en términos políticos, pues las creencias son privadas, laica). Y un poquito anticlerical, rece el clérigo a Jesucristo o a Alá, también.
Por ello, me llama la atención el sectarismo y el modo en que se censura compartir noticias o artículos de según qué medios. Me parece bien una actitud escéptica ante los medios en general y ante los papeles conservadores en particular, pero siempre teniendo presente que escepticismo, que procede de la palabra griega skepsis, que significa “búsqueda”, implica, contra lo que se cree, una actitud de búsqueda de la verdad y no una mera negación, por sistema, del intento de conocimiento cierto. Tampoco significa censura, ni prohibición de leer, ni desprecio, ni un afán por el descreimiento por el mero gusto de situarse en el descreimiento, con un halo de superioridad moral autoidentificado como elegante y culto, cuando no es más que mera cerrazón y sectarismo. En este sentido, lo que se lee en cualquier medio, en cualquiera, debe ser contrastado, incluso puesto en tela de juicio según quién sea el emisor, pero no dado por verdadero ni por falso hasta no ser verificado acudiendo a otras fuentes y al mero sentido común. Por otra parte, dicho sea de paso, suponer que lo que hoy llamamos en nuestro país medios de izquierdas y medios de derechas tienen amos e intereses opuestos, o siquiera distintos, es de una candidez extraordinaria.
Siendo consciente de todo ello, puedo afirmar, por ejemplo, que El Mundo está haciendo una excelente cobertura sobre la ley trans, el debate y los problemas que genera. Tan cierto como que la cobertura es excelente y bien contrastada, lo es que su interés último es asestarle una colleja al gobierno antes otorgar la razón a las feministas, y mucho menos compartir nuestros principios. Pero informa sobre la cuestión, e informa bien, con rigor y con claridad y datos fiables (lo sé porque me he empapado las fuentes). Cuando se reprocha a las feministas compartir sus reportajes nunca se hace rebatiendo los datos, fuentes o informaciones de sus páginas sino porque simplemente porque el periódico es El Mundo. Quienes lo hacen no se cuestionan, sin embargo, por qué Público, Eldiario.es, ElSalto o CTXT no tienen espacio, siendo los periódicos de “izquierda” por excelencia, para analizar críticamente una ley misógina, homófoba, acientífica y neoliberal que atenta, además, especialmente contra la integridad de las personas menores. Lo mismo puede decirse de El País, donde se encuentran a cuentagotas artículos tímidamente críticos al respecto.
Un conocido, dice él que de izquierda, se veía obligado a comprarle La Razón a otra persona cada sábado. Cuando lo hacía, siempre efectuaba el mismo numerito: seleccionaba el ejemplar con las manos envueltas en una bolsa o similar “para no infectarse con los fachas”. De él sé que nunca se ha afiliado a un sindicato, ni ha hecho una huelga, y está perfectamente convencido de que el actual gobierno es comunista. Sinceramente, prefiero a quienes tienen arraigadas sus convicciones de manera tan profunda, consciente y honda que saben que no por reconocer lucidez, cuando la tiene, en quien se encuentra en sus antípodas políticas es menos comunista, republicano/a, feminista o laico/a.
Leo el ABC, y La Razón, y a Reverte y a De Prada, y a Marhuenda, columnistas a quienes les reconozco buena pluma. Y he escuchado a Pedro J. y a Margallo decir cosas con mucho acierto. Del mismo modo, digo que admiro la talla intelectual de los ahora citados, aunque pudiera rebatirles buena parte de lo que sostienen. No oculto mi halago ni algunas pocas coincidencias porque conozco bien la excelente fortaleza de los principios socialistas, feministas, republicanos y laicos que yo profeso con hondísima convicción, siempre renovada e invariable, sin que hasta el momento nada ni nadie haya conseguido que abjure de ellos, ni siquiera que les añada un leve matiz. Por eso, porque confío en mis principios, porque son firmes, no me importa exponerlos a menudo a la voz del contrario.
Creo, de hecho, que hablar en lugares para convencidos y fieles a la misma doctrina es tarea de curas, rabinos e imanes y no de una persona de izquierda. Gracias a que leo a esos autores y a esos medios, pulo mi postura, la enriquezco. Y vuelve a ser la misma: socialista, feminista, republicana y laica. Por eso, animo a que se pregunten los que llaman a El Mundo “el Inmundo” y facha a quien lo lee (pese a conocer bien que, al menos algunos cojeamos, y mucho, del otro pie) si acaso no sobreactúan porque si no dijeran palabras muy gruesas contra “los fachas”, cualquiera un poco avispado no sabría muy bien en qué se diferenciarían de ellos.
Ana Pollán
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