Una de las razones de ser de El Jacobino es la reinvidicación de la cuestión nacional y la social como dos caras de un mismo proyecto político. Para ello, debemos escapar de la ridícula excepcionalidad consistente en cuestionar constantemente nuestro país. España debe ser hoy un espacio de ciudadanía basado en leyes comunes que nos igualan y que garantizan los derechos fundamentales, la justicia, igualdad y libertad de todos.
Nos oponemos con contundencia a aquellos que buscan tergiversar la Historia para impulsar sus proyectos políticos hoy. A los que tratan de pintar la Historia de España como una concatenación de sombras para justificar un proyecto antidemocrático de ruptura del territorio político compartido: un proyecto de privatización superlativa inaceptable en el contexto de una nación cívica democrática y que, además, significaría la quiebra social más extrema, la ruptura de la caja única de la seguridad social, la implosión de un Estado social ya maltrecho y la degradación de la unidad de redistribución. Nos oponemos a los que, cultivando los mitos románticos e identitarios del nacionalismo cultural, buscan levantar fronteras etnolingüísticas que extranjericen a millones de españoles. Y también lo hacemos, con la misma contundencia, frente a los nacionalistas identitarios y esencialistas que quieren definir la nación española de forma excluyente, con filtros religiosos y nacional-católicos, caminando por la peligrosa pendiente reaccionaria de buscar la pureza nativa de «los de aquí», incompatible con cualquier proyecto verdaderamente democrático.
Defender España desde una perspectiva socialista y laica como la de El Jacobino no implica, por tanto, bascular hacia visiones esencialistas e identitiarias de la comunidad política. En España sobra nacionalismo y tribalismo identitario, sobran toda clase de proyectos reaccionarios que buscan filtrar la ciudadanía a través de identidades culturales, religiosas, tribales o cantonales.
España debe asumir su presente y su pasado con naturalidad, sin exacerbaciones ni mistificaciones, con sus luces y sus sombras, siendo capaz de articular un proyecto inequívocamente cívico, de unidad política descomplejada, con vocación igualitaria y transformadora, opuesto a cualquier nacionalismo y firme en la defensa de una comunidad política que no sólo permanezca formal y constitucionalmente unida, sino que también lo esté desde una perspectiva material, atendiendo al bienestar, la igualdad y la libertad reales de todos los españoles.
Editorial de El Jacobino
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