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Javier Miranda | Estas Navidades puede leer el magnífico libro que Dorian Lynskey ha escrito sobre la historia del clásico distópico 1984, de George Orwell. Oportunamente llamado El ministerio de la Verdad, este estudio recoge la peripecia vital de Orwell y las fuentes de dónde bebió para su conocida obra. También sigue el recorrido del libro tras su publicación hasta la fecha, y como cada época histórica ha adaptado la filosofía del “Gran Hermano” a sus realidades concretas. Obviamente, tras su lectura la consecuencia era obligada. Recuperar 1984, muy lejano en mis lecturas, y sumergirme de nuevo en el grisáceo mundo creado por Orwell hace más de 70 años.
Comprobé que la flexibilidad de la novela sigue vigente, pero de una forma que ni su malogrado autor –murió meses después de publicarla- pudo imaginar. Hoy en día, no hay pantallas en cada rincón controladas por un Gran Hermano político, sino que están controladas por oscuros intereses. Magnates de internet que imponen sus reglas, influencers, tik tokers y demás nuevos especímenes nacidos de las nuevas tecnologías que lanzan sus mensajes sin control, tertulianos televisivos que enmascaran los intereses de sus amos bajo el noble concepto del periodismo, etc. Orwell tenía en mente las sociedades totalitarias de los años 30, con un estado omnipresente, pero se le escapo que, paradójicamente, tres cuartos de siglo después toda su distopía podría tener lugar en un marco de debilidad del estado. Es ahora un marco ultraliberal el que impone su modelo sin necesidad de un poder público fuerte, que por puro colaboracionismo se está disolviendo para hacer el juego al gran capital.
Sin embargo, al releer 1984, la escena que más me llamó la atención sobre el momento presente es la famosa del interrogatorio de Winston, el protagonista, por O’Brian. Este le enseña cuatro dedos de una de sus manos y le obliga a decir que son cinco. Cuando el infortunado preso dice que son cinco acosado por la tortura, a O’Brian no le convence. Y es que no se trata de conformarse con la mentira, sino que el objetivo es que lo crea de verdad. Apoderarse de su alma, más allá de aceptar lo inaceptable porque no hay más remedio. Creo que es en este marco donde 1984 resulta más profético hoy en día. Hoy se procura que muchos crean que dos y dos son cinco. Que el neocapitalismo genera riqueza y defiende mejor que un estado fuerte la libertad humana. Que los deseos subjetivos tienen más fuerza que los hechos objetivos, incluso despreciando la ciencia más básica. Y así todo. No hay un ministerio de la Verdad y una Policía del Pensamiento oficial, sino que este trabajo se deja a los privados. No hay detenidos, pero las redes sociales te criminalizaran y te cancelarán si discrepas de esta línea. No hay pantallas con el Gran Hermano bigotudo de Orwell vigilando perennemente, pero hay una multitud de pequeños hermanos vigilándote en las redes y dispuestos a crucificarte con saña. No se presentarán agentes vestidos de negro en las madrugadas en tu casa, pero muchos se verán expulsados de universidades y de foros de debates por defender verdades más que básicas. El 1984 de hoy en día no se vive entre ruinas ni uniformados con monos azules, sino en un mundo multicolor y lleno de apps que nos dan una falsa seguridad en controlar la realidad.
Decía Brecht que a veces lo verdaderamente revolucionario es decir la verdad. En el diario secreto e ilegal que lleva, Winston escribe que la libertad consiste en algo tan básico como poder decir que dos más dos son cuatro. Ahora esto último se ha vuelto peligroso. Pensemos en lo dicho por la gran Hannah Arendt. A los totalitarios no les interesan los convencidos, que ya están en el saco, sino la masa amorfa. Para ello, lo mejor es crear un mundo donde la mentira y la verdad se confundan tanto que la gente se aburra y caiga en la indiferencia que la anule ante cualquier tipo de desmanes. Esto fue escrito mucho antes de las redes sociales y la televisión basura, pero resuena mucho más profético e inquietante que el Gran Hermano de Orwell.
Es por ello que uno de los grandes retos que se plantean hoy en dia es plantar cara a los dogmas lanzados por las multipantallas del siglo XXI, a los conceptos de la posmodernidad y volver a decir que dos más dos son cuatro sin peligro. Es el paso necesario, volver al materialismo, que no deja de ser el realismo sin cortapisas de ver lo que hay sin tapujos para poder afrontar su transformación objetiva. Mientras, el 1984 de Orwell seguirá galopando y con esos dos minutos de odio perennes en que se han convertido las redes sociales.
Javier Miranda
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