Javier Miranda | Tomo el título de este artículo de una famosa película de los años 90 llamada así. Se consideró en su momento un manifiesto de la llamada “Generación X”, la que tocaba en ese momento. Ya se sabe que cada X años –perdón por el chiste fácil-, a medida que la generación juvenil de turno empieza a cargarse de responsabilidades laborales y familiares se cambia la letra a la nueva promoción de adolescentes que esperan su oportunidad de madurar. El caso es que Bocados de realidad forma parte de estas películas de jóvenes inmaduros a los que una sociedad de bienestar –la clase puramente obrera está ausente de todos estos productos- ha llevado a una situación de inmadurez emocional permanente y a una incapacidad crónica de enfrentarse a los retos de una vida que es más complicada de lo que pensaban en sus institutos de secundaria.
Cuando estalló el 15M -¿se acuerda alguien ya de eso?- pareció ciertamente que otro mundo era posible. Las plazas se llenaron de jóvenes y no tan jóvenes, pensando que se podía cambiar el mundo a base de aplaudir en silencio, en vez de corear consignas revolucionarias. Hoy sabemos que fue una ingenuidad asombrosa, pero no dejó de ser un soplo de aire fresco en una política demasiado institucionalizada. El poder pareció volver a la calle, como en otras ocasiones de la Historia. La democracia directa se abrió paso en el debate. Hace diez años, pero en estos tiempos de aceleraciones históricas parece que hace un siglo. No solo esas ilusiones quedaron como las de Balzac rotas, sino que la izquierda que salió de allí saltó a las instituciones y pronto empezaron los desengaños.
Esta nueva izquierda –que como otros fenómenos políticos de los últimos años ha recorrido en una década el trayecto de varias, en su auge y decadencia- se parece mucho a los protagonistas de las películas Bocados de realidad, con una inmadurez emocional que le ha hecho fijarse en lo colateral y no en lo esencial. Hemos asistido al desarrollo de lo identidario frente a la clase, al triunfo de una posmodernidad que exalta lo subjetivo frente a los problemas colectivos, de lo emocional frente a lo racional, de lo “espiritual” frente a lo meramente material. Pero aparte de esto, los bocados de la realidad política y mundial se han convertido en dentelladas. ¿Puede este catálogo de buenas intenciones afrontar un mundo que se complejiza por meses? A la hora de la verdad, hay que olvidar los manifiestos y los pomposos discursos cuando la economía aprieta, cuando en el Este de Europa el mundo surgido en 1991 se derrumba y empieza a asomar sus colmillos nucleares, cuando la energía empieza a ser un problema de estado, cuando tu socio de gobierno, que sabe de sobra lo que es la vieja realpolitik, te hace la cobra entregando por la puerta falsa el Sahara.
En las comedias tipo Bocados de realidad es frecuente una escena donde los jóvenes protagonistas, desbordados por los hechos de la vida cotidiana, se deprimen y manifiestan su decepción ante el mundo que se les enfrenta. Uno siempre tuvo problemas en empatizar con ellos, pues parten de presupuestos equivocados y no es tanto que el destino, como en una caricatura de una tragedia griega, les ponga obstáculos, sino que en realidad no tienen herramientas para afrontarlos y posiblemente estén errando sus intereses. Arrastrados, como la nueva izquierda, por el adanismo de pensar que el mundo, la verdad y la justicia empieza en ellos y todo lo anterior no vale. Como dijo el viejo Marx, al que muchos de ellos consideran un viejo obsoleto, somos producto de nuestras circunstancias históricas, pero de esto no se han dado cuenta, se creyeron poder derrotar clases sociales, sus estructuras económicas y demás a base de buenas intenciones. Todavía están a tiempo de madurar y volver a los objetivos clásicos de la izquierda, que no están obsoletos, sino más vigentes que nunca. Y de darse cuenta de que estos son la mejor opción para ilusionar a tanto izquierdista que se siente hoy desamparado y para frenar el auge del populismo de derechas, que ese sí que sabe bien a que juega.
Javier Miranda
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