“El elogio de la diferencia viene a sustituir la denuncia de la desigualdad”
María Jesús Izquierdo, socióloga y economista (“El malestar en la desigualdad”; 1998)
Este artículo tiene su origen en la lectura de la entrevista a la joven (nacida en 1994) Júlia Ojeda Caba, graduada en Estudios Literarios, que apareció en el digital de cultura Núvol (Nube) el pasado 7 de febrero de 2023.
Siguiendo a Gaizka Fernández Soldevilla (aunque se refiere a lo sucedido en el País Vasco; pero, que resulta extensible también a Cataluña), pues me sirve perfectamente como introducción, cabe recordar que después de la II Guerra Mundial, ya nadie podía hablar de raza abiertamente por sus connotaciones nazis. Entonces, los nacionalismos se fijaron más en la lengua y la identidad, aceptando a los inmigrantes que se convirtiesen al nacionalismo regional. La religión también fue perdiendo importancia, mientras que la ganó el folklore modificado o inventado. Por ejemplo, en Cataluña, se popularizó la figura del Tió de Nadal (traducible como “tizón de Navidad”) que era propio de una pequeña zona del Pirineo, para extenderlo como costumbre “nacional” sustituyendo así a otras costumbres navideñas consideradas ajenas (celebración de la Nochebuena, los Reyes Magos, etc.); o, se potenciaron los Castells (Castillos) humanos obviando el peligro que suponía la utilización de criaturas de muy corta edad pese al resultado de diversos accidentes con heridos y muertos, sin atender a que hubo un tiempo pasado en el que la actividad castellera estuvo equiparada a la laboral y estaba prohibida, en consecuencia, la intervención de castellers menores de 16 años.
Hay mucho material, libros, tebeos, programas televisivos, películas, documentales y canciones en el ámbito del nacionalismo catalán y puedes comprobar que el que presentan es un pasado muy maleable que siempre está en reconstrucción. El revisionismo promovido por el nacionalismo catalán radical no resiste el análisis crítico, pero la verdad, no tiene que ver con el trabajo de los historiadores, sino con la fe en la causa. A fin de cuentas, no les guía el impulso de hacer historia, sino el de hacer patria. Hay que tener esto en mente cuando uno se acerca a este tipo de obras. Son más ficción que historia, pero eso no significa que no tengan consecuencias políticas, porque hay gente que decide creer en los mitos.
Así que, volviendo a Julia Caba Ojeda, uno conviene en que es un ejemplo de este último tipo de gente aludido. Nieta como ella misma explica de tres castellanos y de una andaluza, no solo renuncia a la identidad heredada de los mismos (“tengo, ocho, diez, doce, veinticinco [apellidos castellanos]”, señala; como dando a entender que no le importa lo más mínimo) abrazando la cultura “nacional” catalana; sino que, va más allá, confesando su identidad baixmontsenyenca (del bajo Montseny, una comarca del interior de Cataluña con capital en Sant Celoni) y dando las “razones” para ello.
Su abuela andaluza fue “la única que vio claro que se había de integrar en el pueblo” y es por ello que aprendió catalán. No dice a qué pueblo se refiere; pero, lo podemos deducir a partir de la entrevista y del medio en el que se inserta.
De ahí pasa al análisis de sus padres que, pese a ser también castellanoparlantes, les hablan a sus hijos en catalán; pero, no al gusto de ella: “nos han trasferido una catalanidad lingüística-cultural soft (suave), amansada”.
A partir de aquí empieza a despotricar por no haber tenido una cultura más catalana (se entiende hard, dura; es decir: monolingüe). Se da cuenta de que acumula “experiencias de autoodio” al comenzar a militar en la “Izquierda independentista” (quizás que leyese a Francisco Frutos sobre el oxímoron que ello representa).Y así, poco a poco se fue “autoenmendando”; autoexigiéndose, por ejemplo, que ya no entregaría los trabajos en castellano en la universidad.
Confiesa que se ha llegado a avergonzar de “no lucir apellidos catalanes, o de no descender de una familia de origen catalófono”… “por la falta de un relato potente que rompa las costuras del etnicismo subyacente en la sociedad catalana” (casi nada). Y aquí ya entra en combate: “bien mirado, por quien sí me he sentido estigmatizada es por el charneguismo(*) progre y urbanita que blandea la diversidad de los orígenes en contra de toda aspiración nacional”. (*) Charnego = Persona que ha emigrado a Cataluña procedente de una región española de habla no catalana.
El resto de la entrevista, en la misma línea, la dejo a la posible curiosidad de los lectores.
¿Acaso alguien puede dudar a la vista de discursos como el anterior que en la Cataluña de finales del siglo XX – principios del siglo XXI se ha adoctrinado a los niños y jóvenes en el ideario nacionalista; sobre todo en la denominada escola catalana (escuela catalana) donde, entre otras cosas, el castellano o español está denostado, relegado y perseguido? ¿Alguien les ha explicado que desde la izquierda la lucha contra la desigualdad es la lucha, y que la identidad es un elemento ajeno a ella; propia de las élites privilegiadas a las que se combate? ¿Quiénes han sido y son los responsables de esa sustitución de la denuncia de la desigualdad por el elogio de la entidad?
Simplificando y para que puedas reflexionar, Júlia Ojeda Caba, si es que este artículo llega a tus manos y ya no es demasiado tarde para ti: no eres una militante de la izquierda; tu discurso es el de una simple nacionalista catalana al servicio del mantenimiento de los privilegios de la clase dirigente regional a la que nunca tú pertenecerás. Quizás fueron tus abuelos que se negaron a la “integración” los que acertaron; y no tú. ¿Te has parado a pensarlo alguna vez?
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