Woody Guevara | El pasado mes de febrero ante el inminente avance ruso, el presidente ucraniano, Zelensky, decretó la Ley Marcial, que contemplaba la prohibición de salir del país a todo hombre de 18 a 60 años bajo el mandato de alistarse a filas y luchar contra el ejército invasor.
Vitoreado y aplaudido por Occidente y sus medios, a esta decisión se le sumó una oleada de voluntarios que, enarbolados como héroes por la infundada opinión pública, subordinaban la experiencia al honor.
Esta columna no pretende desvelar la evidente hipocresía y sumisión otanista en la geopolítica europea, que obvia el genocidio palestino y practica malabares para justificar el envío de armas al Azov, pero no a un pueblo hermano a dos leguas de Canarias.
Tampoco pretende hacer un diagnóstico de la guerra, aun siendo consciente de que estamos ante un tirano sibilino (Putin), un oportunista sin escrúpulos (Biden) y un régimen de tendencia neonazi cuyo líder está más pendiente de Hollywood que de la supervivencia de su pueblo.
Esta columna expresa la más profunda repulsa a la Ley Marcial, no tanto por la censura de medios y partidos (que no es poco), sino por el deber ineludible de morir luchando para el mito de la patria. Quizá esta afirmación sea utópica y denote el desconocimiento de la sociología y sus dogmas, pero mi patria son los seres que la componen, no un trozo de tierra. Si puedo reunirme con ellos en la frontera, siempre será mi primera opción. Respeto la opinión adversa, asumo si es necesario la condición de cobarde, pero me niego a ser un peón al servicio de caciques.
Porque nadie es quién de expropiar lo más valioso, de apropiarse de mi único derecho inalienable: vivir. Yo decido si quiero arriesgarlo todo y aquellos ideales cuya importancia supera mi propia vida. Yo. Y nadie más.
Si acaso no es un engaño, la Europa del s.XXI presume de ser adalid de las libertades, defensora de la esfera privada (Stuart Mill) y el mejor ejemplo de democracia avanzada. Debería esperar, por tanto, nula oposición en la libertad de pensamiento materialista clásico.
Pues tengo todo el derecho de creer que la perpetuidad heroica que se ensalza, no es más que los restos corporales de un cadáver condecorado. De pensar que no hay gloria en la muerte. Hay sangre, dolor y lágrimas, hay tragedia. Los mitos y las leyendas también sollozaron cuando su realidad doblegó al mito: Jesucristo, William Wallace, Espartaco, el Ché.
A fin de cuentas, es probable que los jóvenes de las imágenes jamás vuelvan a sentir los placeres que dotan de sentido a esta excursión a la muerte, que es la vida. Esos que, siendo antónimos al significado de la palabra, merecen ser reconocidos como eternos.
“Si esos cobardes no se enfrentan a las balas alemanas
¡Se enfrentarán a las francesas!”
Senderos de gloria (1957).
Woody Guevara
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