Entre misa y comunión diaria del capellà Puigdemont, afloran las racistadas entre sus devotos. En esta ocasión fue Aleix Sarri i Camargo, un impúdico asesor de Junts en Bruselas. Este sujeto en cuestión, el pasado 29 de abril publicó una columna en ‘Nació Digital’ titulada ‘La cruïlla’. Para ahorrarle faena, aunque vaya por delante que recomiendo su lectura a fin de constatar su insondable putrefacción moral, manifestó: primero, que esto va de Illa o Puigdemont; segundo, que la nación milenaria está amenazada por los de fuera y, ahora sí que sí, los buenos catalanes nos jugamos la vida el próximo 12 de mayo.
Hay en el cuerpo del texto afirmaciones fascinantes: «Prentende encarar la fase final de la españolización de Cataluña», «Tenemos que elegir entre regionalización y autoafirmación como nación europea», «El 12 de mayo tenemos que escoger entre ser una Murcia con sardanas o hacer pervivir nuestra nación y su lengua para ser una Eslovenia del Mediterráneo occidental». Qué solemne es siempre el odio, aunque se presente a modo de fecalidad manuscrita. Reconozco que los odiadores siempre son especialistas en épica, igual que los odiados lo somos en callar más de la cuenta y expresarnos de forma tétrica. Sin embargo, no va a ser el caso de este servidor hoy, los lepenistas con barretina, más de Jean-Marie que de Marine, merecen un respuesta contundente.
Apreciado Aleix Sarri, su columna ha infligido un golpe doloroso al buen hacer intelectual. En primera instancia, porque los argumentos que emplea no son compatibles entre sí. Es decir, o hay un sustrato cultural de tipo esencial o la nación catalana necesita autodeterminarse como tal. Aquello natural no es susceptible de ser reprobado, pues en tanto que natural, como es obvio, sé es. Así, sin medias tintas. No hay que votar si Shaquille O’Neal es alto, Pujol un corrupto o usted un racista identitario, son evidencias que circulan por el terreno fáctico. Por lo tanto, o hay un despliegue de atributos nacionales inmanentes al paso del tiempo, o directamente Cataluña es nación por la vía de la autodeterminación. No hay más, esta parafernalia supremacista del gran remplazo solo busca expandir xenofobia en una comunidad profundamente mestiza. Y esto último sí es susceptible, a diferencia de su insensatez argumental, de ser demostrado empíricamente. No hay obligaciones especiales, por suerte, en función del origen geográfico de cada cual.
En segunda instancia, abandonando ligeramente la dimensión normativa anterior, ¿a qué se refiere con «¿queremos ser una Murcia con sardanas?» A mí no me importa que en Cataluña se vibre cantando en la lengua común, tampoco que los sardanistas den bolos en Murcia y me encanta la poesía de Espriu. ¿Estoy contra Cataluña? Pues quizá sí, contra la región intolerante, insolidaria y reaccionaria que llevan años intentando construir desde su partido. Deliberadamente estoy contra esa Cataluña, la de los señoritos burgueses y su fallido modelo de ingeniería social. Mil veces prefiero la Cataluña de quienes emigraron jugándose la vida, entre otros, la de los murcianos que luego bailaron sardanas y a quienes nunca se les regaló nada. Los derechos no son dádivas de nadie y éstos enarbolando banderas por delante son especialistas en recortarlos por detrás. Vigilen.
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