Cuando en el confort de un territorio seguro se observan las imágenes de las derivas brutalizadoras que algunos estudiosos han denominado “desaprendizaje de la civilización” o “aprendizaje de la inhumanidad”, uno toma conciencia de la inanidad de las palabras. Cuando, además, la brutalidad está repartida y los actores responsables han elaborado poderosas narrativas de matriz identitaria, la dificultad de sortear el fuego cruzado de los argumentos desenvainados suma motivos para la disuasión de la voz. Sin embargo, las lecciones de la historia del último siglo, recordadas por los horrores en los Balcanes y revividas en ese no-acontecimiento que fue la limpieza étnica de Nagorno-Karabaj, sin olvidar la deshumanización cotidiana hacia los migrantes, empujan a desafiar al silencio y formular algunas consideraciones sobre la tragedia que ensangrienta Oriente Próximo.
1. Denuncia incondicional. Coincide la calamidad infligida a los civiles en esa franja delimitada por el mar Levantino y el río Jordán y saturada de historia inflamable con el 75 cumpleaños de la Declaración Universal de Derechos Humanos, trazadora de otros documentos encaminados a atender a la inspiración del “Nunca más”, en particular el Derecho Internacional Humanitario. Como ha escrito Amnistía Internacional, las violaciones de derechos humanos por parte tanto de Hamás como de Israel “deben ser investigadas y denunciadas como crímenes de guerra… Ninguno de estos horribles crímenes puede quedar impune”.
2. Polarización y convalidación cruzada. Sin embargo, esta condena desde premisas prepartidarias tiene difícil aceptación en un ecosistema polarizado; no solo ambas partes se han acusado recíprocamente de crímenes de guerra, lesa humanidad o genocidio, también los actores internacionales han sucumbido a la tentación del doble rasero a la hora de pronunciarse sin favoritismos. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, que apoyó a Azerbaiyán en la limpieza étnica de armenios semanas antes, se constituye ahora en principal defensor de la población palestina, denunciando la limpieza étnica de Israel. A escala planetaria se muestra una divisoria que delimita dos bloques enfrentados, uno hace bandera del antisemitismo y denuncia el silencio de la izquierda ante las atrocidades de Hamás, el otro hace bandera de la islamofobia, denuncia el afán genocida de Israel y el silencio de la comunidad internacional, pero absuelve a Hamás. Así, la opinión pública ve el conflicto israelo-palestino como una disputa binaria en la que solo se puede apostar por una parte. Son visiones monoculares antitéticas, con dos particularidades coyunturales: la ultraderecha de tradición antisemita ha abrazado mayormente la causa de Israel, mientras que sectores iliberales autoritarios de la órbita de Putin se han unido al bloque de la izquierda y del sur global en apoyo no solo a Palestina sino a Hamás. Extrañas alianzas porque Hamás exhibe los mismos componentes fundamentalistas, reaccionarios y autoritarios de la ultraderecha y porque conlleva el desprecio de esa parte de la sociedad israelí que combate la ocupación y el fundamentalismo de su gobierno. Charlie Hebdo sufrió las iras islamistas por publicar unas caricaturas, mutatis mutandis, el New York Times juzgó que la viñeta de Antonio Moreira Antunes, que presentaba a Trump llevando de la correa a un Netanyahu en forma de perro, era antisemita y ofensiva; mandó que fuera borrada.
3. El escudo protector de las narrativas identitarias. Hamás y el sector ultra que se ha hecho con las riendas del Estado en Israel son en cierto modo formaciones siamesas. Imbuidas de fundamentalismo identitario han naturalizado un lenguaje eliminacionista que facilita el paso de una lógica de exclusión comunitaria a una lógica de exterminio. En estas narrativas adquieren enorme peso las experiencias históricas respectivas, ambas forman parte del rubro del destino robado y tienen su ejemplificación en la Shoah y la Nakba; el choque actual no deja de retroproyectarse en la pantalla de esas experiencias fundacionales que confieren a cada actor colectivo la condición de víctima, una figura tan poderosa que provee una credencial de inocencia a toda prueba. Una credencial que debe ser impugnada desde la premisa universalista de que la condición de víctima no vacuna contra la posibilidad de devenir perpetrador ni exculpa la violencia producida por él. Las víctimas de las víctimas son igualmente víctimas, las palestinas y las israelíes.
La narrativa que nutre la política de los colonos tiene inspiración antigua (el Antiguo Testamento o la inmolación de Masada base del síndrome obsidional) pero se ha actualizado en el siglo XX con el mito de Tel Hai-Trumpeldor y, especialmente, con el caudal simbólico del Holocausto, que no fue un mito sino la práctica de exterminio más elaborada llevada a cabo en un país puntero. Pero esa sublime experiencia de inhumanidad fue pronto cooptada por el sionismo.
El padre de la patria, Ben-Gurion sostuvo que para fortalecerse el sionismo necesitaba de una gran calamidad y en ese sentido, al observar las políticas antisemitas de Hitler propuso “convertir un desastre … en una fuerza productiva”; en más ocasiones formuló esta tesis de la capitalización de la adversidad según la cual cuanto mayor fuera la tragedia, mayores serían los derechos que correspondían a sus víctimas (Shabtai Teveth, Ben-Gurion. The burning ground 1986-1948, 1987: 539, 580). Del otro lado estaba la santificación de la violencia bajo el mantra de la “pureza de las armas” actualizada en este siglo en la “Doctrina Dahiya” que postula la destrucción de infraestructuras civiles y que se ejemplifica en las operaciones actuales en Gaza y las precedentes de 2008 y 2014 (https://www.theguardian.com/world/2023/dec/01/the-gospel-how-israel-uses-ai-to-select-bombing-targets). En un simposio de la revista Judaism, celebrado en Nueva York en 1967, se reafirmó esta tesis del padecimiento bajo el nazismo como una elección negativa. Después de señalar que los judíos están tristes pero orgullosos de la destrucción del templo y de las atrocidades de la Inquisición, se pregunta el superviviente Elie Wiesel : ¿Por qué se admite que pensemos en el Holocausto como una vergüenza? ¿Por qué no lo reivindicamos como un capítulo glorioso de nuestra historia eterna?” (Jean-Michel Chaumont, La concurrence des victimes, 1997: 99-119). La matriz identitaria de esta reivindicación se ha plasmado en el empeño patrimonialización del Holocausto y los lugares de memoria a él dedicados. En palabras de Tom Segev el nuevo museo abierto en Jerusalén mostraba esta monopolización: “el Holocausto es nuestro y solo nuestro y ningún sistema de valores humanístico o universal debe pasar por alto lo que nosotros sentimos sobre el Holocausto” (The Guardian, 15/03/2005). El sentido de estas palabras había sido prefigurado en la sentencia de Golda Meir a la líder del Meretz Shulamit Aloni: “Tras el Holocausto, los judíos pueden hacer lo que quieran”.
Pero acaso el ejemplo más claro de esta utilización sionista es la decisión de la Universidad Yeshiva en mayo de este año de honrar en paralelo al inventor del sistema de defensa Cúpula de Hierro, Daniel Gold, y a un superviviente del Holocausto, Emil Fish, fundador del centro de estudios sobre el holocausto y el genocidio de la universidad de Yale. En la franja extrema no hay solución de continuidad entre la patrimonialización de la solución final y la propuesta de culminar la Nakba como solución definitiva al problema palestino. Los representantes de Israel ante Naciones Unidas lucían estrellas amarillas mientras se arrasaba Gaza hasta los cimientos (Seth Anziska, “Let us not hurry to our doom”, The New York Review of Books, 09/11/2023).
4. Las simetrías señaladas no equivalen a un veredicto de equivalencia. El repertorio narrativo señalado no es el único argumento que pone de manifiesto la desigual responsabilidad de los diferentes actores. El análisis histórico ofrece datos concluyentes al respecto. El primero de ellos es que Israel se distingue por el incumplimiento generalizado de las resoluciones de Naciones Unidas que le afectan, la mitad de todas las emitidas desde la creación del Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. El uso del derecho de veto por Estados Unidos y el apoyo incondicional de Alemania por su responsabilidad histórica han contribuido a difundir una sensación generalizada de impunidad. La insistencia de muchos gobiernos occidentales en el derecho de Israel a defenderse ha sido recibida por el gobierno de Netanyahu como una patente de corso. La calificación por el Ministro de Asuntos Exteriores, Elie Cohen, del Secretario General de Naciones Unidas como “un peligro para la paz mundial”, por activar el artículo 99 de la Carta Fundacional para pedir al Consejo de Seguridad un alto el fuego ilustra esta convicción.
La desproporción de los daños en Gaza, la destrucción de vidas y haciendas civiles, incluidos centros hospitalarios, escuelas e instalaciones de Naciones Unidas, responden a las premisas eliminacionistas de la doctrina Dahiya en las antípodas del Derecho Internacional Humanitario.
Pero el legado más indefendible de la trayectoria histórica de Israel es el de la ocupación, que, iniciada por un gobierno laborista, ha tenido como consecuencia convertir al Estado de Israel en rehén del extremismo colono. La ocupación es una verdadera gangrena, destruye la vida y la dignidad de los palestinos de Cisjordania pero también la fibra democrática de Israel, convertido en una etnocracia tras su conformación como un Estado judío. Esta deriva responde a la ilusión supremacista del sionismo de que un estado judío puede ofrecer seguridad a sus ciudadanos sin resolver el estatus de la población no-judía sujeta a un control indefinido del estado y a la violencia indiscriminada de los colonos, con la aquiescencia cuando no colaboración del gobierno. Los acuerdos de Abraham convalidan este estado de cosas.
Las muertes (300 desde el 7 de octubre) y atropellos cometidos en Cisjordania mientras el foco está en Gaza ilustran esa corriente autoritaria profunda que corroe Israel y se refleja en la militarización del pensamiento. Por poner un ejemplo, el 24 de mayo del mismo 2023, tras el acoso ininterrumpido de los colonos los últimos palestinos abandonaban el pueblo de Ein Samiya; sus doscientos habitantes se vieron obligados a dejar sus casas y tierras ante los continuos ataques; una suerte compartida por otras aldeas palestinas y cuyo objetivo, formulado explícitamente por miembros del gobierno ─“es un error, dijo el líder ultra de los colonos y Ministro de Finanzas Bezalel Smotrich, que Ben-Gurion no terminara la tarea y os expulsara en 1948”, “estamos combatiendo contra animales humanos”, remachaba su colega de Defensa, Yoav Gallant─ es preparar el camino para una segunda Nakba (David Shulman, “Heading toward a second Nakba”, The New York Review, 19/10/2023). La ‘transferencia de población’ es el eufemismo para ‘limpieza étnica’. Un total de 1.105 personas de 28 comunidades han sido desplazadas de sus localidades desde 2022 a causa de la violencia de los colonos,según la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios.
Por otro lado, el alineamiento de una parte de la izquierda con Hamás parece obviar dos elementos: uno, que Hamás es el responsable de una masacre que causó 10 veces más víctimas mortales que los atentados de Bataclán; dos, que su credo simboliza lo que la izquierda rechaza: intolerancia fundamentalista, autoritarismo, negación de la libertad de expresión, asesinato de los disidentes, opresión de las mujeres; es lo que representa el régimen iraní, su principal apoyo. Tienen razón los pacifistas e intelectuales de izquierda israelíes al señalar el sesgo sectario e identitarista de cierta izquierda (https://portside.org/2023-10-17/statement-behalf-israel-based-progressives-and-peace-activists-regarding-debates-over).
5. Miopías políticas. La inercia polarizadora y schmittiana de la política dificulta la tarea de mantener una mirada respetuosa con la complejidad, que no blanquee unos horrores en el victimismo de otros ─que no bendiga el terrorismo de Hamás en el agua lustral de la maldad de su enemigo─, pero que no se escude en la complejidad para no adoptar una posición clara ante la desigualdad del balance que presenta el tablero del conflicto en Gaza y en Cisjordania y de la responsabilidad internacional, especialmente de los protectores de Israel, por ello. Conviene recordar al respecto la posición de Estados Unidos durante la primera guerra del Líbano, el verano de 1982. El presidente Ronald Reagan apoyó un voto de Naciones Unidas para un alto el fuego en Beirut y llamó al primer ministro Menagen Begin diciéndole que si no detenía los bombardeos peligrarían las relaciones entre ambos países. A los veinte minutos recibió la llamada de Begin con la noticia del final del bombardeo. La anécdota da cuenta de la regresión de los estándares internacionales desde entonces.
La respuesta de los amigos incondicionales de Israel tiene alcance geopolítico porque da argumentos a los amigos incondicionales de Hamás y afecta a la correlación de fuerzas y el estado de opinión en el sur global; un desplazamiento que tiene consecuencias de calado, empezando por el reforzamiento del bloque iliberal que apoya a Putin, con China o Siria en el lote. La acusación del doble rasero, en relación con la agresión Ucrania, y el recuerdo de los horrores cometidos en nombre de la guerra global contra el terror suponen un duro golpe al crédito humanitario y civilizacional de Occidente y del norte global. A la vez, la posición tan unilateral de su gobierno podría costar a Biden un caudal de votos de las minorías decisivo en su pugna con Trump.
La inhibición ante las políticas de Netanyahu puede desembocar en una guerra regional que inflamaría toda la región con consecuencias previsibles; el ministro iraní de Exteriores, Hossein Amir-Abdollahian, ha avisado de que “todo es posible en cualquier momento y que la región puede descontrolarse por completo”. Mientras que los partidos extremistas en Europa aprovechan el conflicto para impulsar el sentimiento antimusulmán. Así se entiende la declaración conjunta de la UE avisando del peligro de la creciente islamofobia (https://www.eeas.europa.eu/delegations/t%C3%BCrkiye/joint-statement-coordinators-special-representatives-envoy-and-ambassadors-combating-anti-muslim_en?s=230). Esta percepción da cuenta de que, si bien el antisemitismo está lejos de ser una cuestión pasada, parece que es el antiislamismo lo que hoy comparten la mayor parte de los profetas del mal. Lo cual obliga a recuperar aquella propuesta que formuló el historiador Charles S. Maier hace 25 años y que invoca la necesidad de una memoria asimétrica en función de la culpabilidad, y la exigencia de entender el holocausto no como un patrimonio judío sino “como una posibilidad humana que se desprende del discurso de exclusión” y así combatir el mito pervertido “que explota la memoria de un horror infinito para justificar conductas represivas aunque sean menores”, del apartheid al colonialismo (The unmasterable past, 1997, Epilogue). Esta perversión se ha transformado recientemente en Alemania en una histeria macartista filosemita que no admite ninguna crítica a Israel y acalla cualquier voz a la que alguien haya tildado de antisemita (Susan Neiman, “Historical Reckoning Gone Haywired”, The New York Review of Books, 19/10/2023).
6. El flanco neo-iliberal del netanyahuismo. Como en tantos otros escenarios, las banderas son el mejor distractor para los desmanes con la cartera. Netanyahu ha sido un tiburón financiero antes de recalar en la política; una vez en ella ha seguido al pie de la letra los dogmas del radicalismo de mercado: privatización, liberalización, desregulación. Y a la sombra de la trinidad neoliberal la lacra omnipresente debajo del credo oficial: la corrupción, que afecta directamente al mandatario, como afecta al conjunto del Likud, cuya hegemonía desde el asesinato de Rabin por un judío fanático ha convertido la función pública en un sistema entre clientelar y caciquil. A la vez, como es también la regla con estas políticas, se ha incrementado la desigualdad.
7. En busca de un horizonte. La vía de salida pasa por un alto el fuego inmediato y la constatación de que el statu quo es inviable a medio plazo. Es difícil articular propositivamente un camino en el escenario actual pero la intención que debe subyacer a él pudo visualizarse en dos manifestaciones. Una tuvo lugar en Tel Aviv el 15 de diciembre: decenas de mujeres judías y palestinas permanecieron durante una hora en silencio para pedir el fin del ciclo de violencia y muerte y reclamar una solución para ambos pueblos. La otra tuvo fue una marcha también silenciosa que discurrió en París a finales de noviembre entre el Instituto del Mundo Árabe y el Museo de Arte e Historia del Judaísmo, organizada por la actriz belga Lubna Azabal (https://www.liberation.fr/culture/marche-silencieuse-le-19-novembre-a-paris-une-neutralite-absolue-en-reponse-au-bruit-des-armes-20231117_C4D3S6FVWFCIXP3I7RKEMYXGGY/).
Pero el camino no podrá desbrozarse si, a la vez que se denuncian los crímenes de Hamás, los defensores de Israel no asumen una responsabilidad por las víctimas causadas por la antigua víctima y empujan la solución de los dos estados y la imprescindible descolonización de los territorios ocupados, esa reminiscencia anacrónica del colonialismo. La dignidad no puede ser patrimonializada y las doctrinas que definen ciertas vidas como “vidas indignas de ser vividas” deben ser condenadas en términos categóricos, precisamente cuando celebramos ─si cabe usar esa palabra─ el 75 aniversario de la Declaración Universal de Derechos Humanos. No puede ser que Israel sature la balanza del victimismo hasta el punto de hacer desaparecer la empatía y la humanidad hacia el sufrimiento causado por sus armas y sus soldados (https://www.nytimes.com/2023/10/11/opinion/israel-gaza-hamas.html). Y ninguna de las críticas de esa naturaleza puede ser desautorizada como antisemitismo, como formuló con toda claridad un documento imprescindible, la Declaración de Jerusalén (https://jerusalemdeclaration.org/).