Rafael Rodríguez Prieto | Hace unos años, un magnífico estudiante me pidió una revisión fuera de plazo. Era de los mejores, aunque su rendimiento había bajado en la última parte del curso, probablemente por preocupaciones relativas a su destacado compromiso social como cooperante. Mi respuesta fue establecer un plazo excepcional de revisión. Tras revisar exámenes y demás anotaciones que tenía sobre su trabajo diario, me di cuenta de que no le había añadido unas décimas que prometí a todos por intervenir bien en los debates de clase. Algo que no había sucedido en ninguno de los otros casos susceptibles de tal recompensa. Pero sobre todo percibí que había permitido que mis expectativas sobre el influyeran hasta el punto de cometer un error al calificarlo, olvidándome, precisamente en su caso, de esa promesa. Se ha repetido en numerosas ocasiones que contamos con la generación mejor preparada de la historia. Sin embargo, esas expectativas parecen haber servido para hacernos insensibles ante su paro, su emigración y su falta de expectativas. Y encima ahora, parecen ser los perfectos culpables de la COVID 19.
Los datos de paro juvenil son estremecedores. España es líder en la Unión Europea con un 39,9% de menores de 25 años sin un puesto de trabajo. Por si fuera poco, la persistente emigración de jóvenes es un flujo de conocimiento y energía que se nos escapa y es rentabilizado en otros países. Es difícil cuantificarla, pero en 2018 Eduardo Bayona señalaba que 1,1 millones de jóvenes de 16 a 35 años se habían marchado de España en los seis años y medio anteriores. En 2021, Enrique Recio recogía el testimonio de varios jóvenes matemáticos que dejaban España ante la falta de estabilidad laboral y salarios acordes con su formación.
Los graves problemas que el 15M planteó, ligados al derecho a tener un proyecto de vida, continúan sin resolverse. Al célebre, “sin casa, sin curro, sin pensión, sin miedo”, se ha unido la crisis provocada por de la COVID 19 que ha afectado a un buen número de trabajos del sector servicios, donde existe un notable presencia de jóvenes. Hace unos días, escuchaba en un medio de comunicación a un joven que nos alertaba de la naturalización en España de la explotación en su ámbito laboral -la hostelería. Señalaba que se ha normalizado trabajar más horas de las acordadas en el contrato o incluso cosas peores. Mientras tanto, en otros trabajos más especializados, o que requieren una formación mayor, se dan casos de jóvenes sobresalientes que desarrollan sus investigaciones en otros países, por la falta de inversión española en I+D, otro de los gravísimos problemas que nos aquejan. Y, sin embargo, llega la pandemia y los jóvenes se convierten en los enemigos públicos número 1.
Para decir toda la verdad, al principio se culpó al anciano. Con un sistema inmunológico más sensible, parecía que se empecinaba en fastidiar la estadística. Era cuando el Gobierno decía que la COVID no era nada, una gripe. En aquellos tiempos donde la mascarilla era una frivolidad y nuestro personal sanitario se contagiaba sin apenas medios, mientras se sucedían los fiascos gubernamentales relacionados con la importación de material. Transcurrido un tiempo, la atención de las televisiones se concentró en las personas jóvenes. Y hasta ahora.
No parece ser relevante la nefasta gestión de este Gobierno. La falta de una evaluación independiente de su gestión. Ni sus sucesivas imprevisiones, rectificaciones y negligencias. Si la crisis financiera de 2008 supuso la constatación, por si alguien no lo tuviera claro, de que el bienestar de los ciudadanos no es un objetivo del capitalismo, la pandemia ha significado la confirmación de la degradación del Gobierno representativo. En unos países se ha notado más que en otros. Aquellos que han podido dar una respuesta centralizada han salido mejor parados que los que, como nuestro caso, se han perdido en el marasmo competencial de un Estado autonómico que cada vez parece hacer más aguas. Un país donde la deslealtad y la erosión del Estado de Derecho y de sus principios comprometen seriamente nuestro futuro común.
Criminalizar a los jóvenes es mucho más sencillo y económico. Sobre todo si se pretende estar a buenas con el Gobierno. Y no digo que no haya personas irresponsables a los que les de igual la salud de sus familiares o el más etéreo “bien común”. Posiblemente haya prendido un cierto egoísmo, trufado de hedonismo e irresponsabilidad. Pero dígame si falta gente así en algún grupo de edad. Por culpar a los jóvenes, se llega incluso a decir que están encantados porque se pueden copiar mucho en los exámenes online. Vivimos una apoteosis del célebre aforismo castizo del “encima de cornudos apaleados”.
Una irrepetible etapa de formación y crecimiento vital transcurre entre las cuatro paredes de una habitación, enclaustrados y con la incertidumbre de si las empresas van a valorar de la misma forma los títulos que se logren en estas condiciones. A algunos medios lo único que se les ocurre es reprocharles lo bien que se lo pasan en casa con las babuchas, la tableta y pillando algunos kilitos. Dicen que es una generación que no aguanta las frustraciones. ¿Realmente resulta tan necesario exonerar a este modelo social y económico profundamente psicopático de cualquier responsabilidad? De ser cierto, en alguna proporción, quizá habría que analizar las causas en vez de centrarnos meramente en las consecuencias. ¿Acaso los que diseñan las leyes educativas, u obtienen grandes beneficios de unos medios donde se cercena el arte, la ciencia y la curiosidad intelectual, no tienen nada de lo que responder? ¿Es que todo ello es ajeno al constante reforzamiento del individualismo propietario? ¿Es que la dificultad para llegar a fin de mes no condena a muchos niños a pasar su infancia lejos de sus padres? ¿No ha sido la permisividad ante el botellón una intocable fuente de votos para el político local, al que además no le interesa invertir en otras vías de diversión o entretenimiento?
Los jóvenes han mostrado, en general, un comportamiento ejemplar en un contexto muy complejo. Muchos han reforzado nuestros servicios públicos. Otros han estado en centros clave durante los peores tiempos de la pandemia. La mayoría han observado los protocolos de seguridad y actuado responsablemente, cumpliendo con sus obligaciones laborales o estudiantiles. No se nos debiera olvidar que no tomaron las decisiones, pero les toco soportar las consecuencias de actos que, por lo menos, reflejan un importante grado de incompetencia. Creo que fue Leonard Cohen el que nos advirtió que en todo había una grieta y era así como entra la luz. La juventud nunca parece responder a nuestras expectativas, pero son imprescindibles para hacerlas realidad.
Rafael Rodríguez Prieto
- ¿Juventud culpable? - 22/07/2021