
Galicia-profunda
Pablo A. Muñoz Alconada | Me encuentro en la sala de profesores calificando las exposiciones que han hecho los chavales hoy en clase. Resulta que los «nativos digitales» tienen dificultades para identificar fuentes fiables en internet, así como en lo que respecta a diferenciar entre información y opinión. Por esta razón, se me ocurrió encargarles un trabajo para que identificaran un bulo en las redes y lo desmontaran en clase citando enlaces fidedignos. Hasta el momento ha funcionado bastante bien; han expuesto en clase desde los microchips de Bill Gates hasta el terraplanismo pasando por textos racistas virales en relación al hospedaje de los inmigrantes en La Palma y los afectados por el volcán. Llega la hora del recreo, me hago un café y hojeo la prensa.
Salta a mi pantalla el siguiente titular: «Una jueza le retira la custodia de su hijo a una mujer por vivir en la Galicia profunda». Suena impactante, escandaloso, sin duda busca provocar la respuesta emocional y el clic rápido. Pero es evidente que, si nos sobreponemos a la indignación inicial, algo huele mal. Decido utilizar el buscador tecleando las palabras clave «Galicia profunda»; «custodia»; «jueza». Y el brillo de la pantalla escupe a mi retina titulares análogos provenientes de la práctica totalidad de rotativos generalistas de la nación.
Al llegar a casa, tardo menos de diez minutos en encontrar el auto del juzgado. Son veintitrés páginas. Y aquí es donde se evidencia la enorme corrupción del periodismo patrio. Sí, he escrito bien, corrupción. Resulta que estamos ante un caso de sustracción de menores sin el consentimiento paterno. Éste, y no otro, es el tema principal del texto. La jueza expone el maltrato y las amenazas físicas a las que la madre somete al padre. Todo ello probado y constatado mediante los mensajes que se intercambiaron por el servicio de mensajería instantánea más popular del mercado. Asimismo, aduce la magistrada que, en virtud del derecho a la igualdad efectiva entre hombres y mujeres, no se puede dar por supuesto que una madre esté más capacitada biológicamente para cuidar al vástago en cuestión. Por lo tanto, deniega la solicitud de la madre de una pensión de 1.200 euros y la custodia exclusiva en Galicia, ya que la pareja había acordado previamente que su lugar de residencia sería Marbella, en donde el progenitor trabaja como médico. Aquí es donde se produce la expresión, absolutamente tangencial y desafortunada, de «Galicia profunda».
Evidentemente el asunto no tarda en saltar a la red social del pajarito y a la radio. En el reino del pajarito azul se consagra el odio interregional al calor de la noticia corrupta. El BNG, en su habitual ejercicio de cerril populismo regionalista, lleva al Congreso una propuesta para declarar inadmisible el fallo de la jueza después de haberse aprobado esa misma declaración por unanimidad en el Parlamento gallego. Al día siguiente, en el debate matutino de la radio más escuchada, esa que oye la España «progre» con la devoción dominical de un creyente, y en la que personalmente echo en falta alguna voz claramente de izquierda que analice la realidad desde una perspectiva de clase entre tanta diversidad liberal, encontramos a una profesora de Derecho opinando sobre un auto que ni siquiera se había leído a juzgar por sus declaraciones: «yo tengo serias dudas que aplicando la ley la argumentación jurídica permita llegar a esa resolución… …los argumentos que utiliza [la jueza] son un completo disparate». Recordemos que estamos hablando de un programa que escuchan más de dos millones y medio de españoles a diario, entre los que me incluyo.
Llegados a este punto no puedo evitar acordarme de la obra maestra del séptimo arte «Todos los hombres del presidente». Recuerdo verla con mi padre cuando estudiaba Bachillerato. Pasada media hora de metraje, Bob Woodward y Carl Bernstein, interpretados magníficamente por Robert Redford y Dustin Hoffman, presentan al famoso redactor del Washington Post, Benjamin Bradlee, el primer borrador de los indicios del escándalo que pasaría a la historia como el caso Watergate. En esa frenética redacción humeante, Bradlee escruta atentamente el artículo rodeado de hábiles dedos que repiquetean sobre las máquinas de escribir. Empieza a tachar con un bolígrafo rojo y exclama con los pies encima del escritorio: «La próxima vez trae pruebas». Al redactor del Post tampoco le valía con el testimonio anónimo del «Ronco». Necesitaba nombres reales que confirmasen la noticia.
Entre las definiciones de «corrupción», leemos la siguiente: alteración o vicio en un libro o escrito. Si nos remitimos a la entrada de «vicio» nos encontramos en la segunda y la tercera acepción con las siguientes definiciones: falta de rectitud o defecto moral en las acciones; falsedad, yerro o engaño en lo que se escribe o propone. A estas alturas, estamos en condiciones de afirmar que, cada uno de los periodistas y medios que publicaron dicha noticia aludiendo exclusivamente a la mal denominada «Galicia profunda», miccionaron sobre el código deontológico periodístico. Periodistas y periódicos corruptos.
Corruptos porque emponzoñan a diario a los trabajadores españoles con debates estériles y sin importancia real en sus vidas. Corruptos porque no gastan un cuarto de hora de su trabajo en contrastar una información que llega a la redacción, parte esencial de su labor. Nunca he entendido los verificadores de noticias. La labor principal per se de un periodista es esa precisamente. Sin verificación no hay periodismo. Corruptos por señalar la labor profesional de una jueza sin exponer la información real al público. Y corruptos por ocultar la sustracción de un hijo a su padre en el cuerpo de la noticia.
No hay que ser un lince para llegar a la evidente conclusión de que aquí, los periodistas que han publicado dicha noticia viciada lo que buscaban era avivar la ofensa identitaria. Porque saben que el movimiento de vísceras que produce el terruño vende, y más si está aliñado por un conflicto entre sexos. Todos salen ganando. Ellos obtienen beneficios por medio de las visitas y el público, antes ciudadano y ahora participante de una distopía chapucera de mal gusto, tiene su ración de carnaza morbosa para comentar en el bar. Pasados cinco días, algunos rotativos han maquillado levemente el titular, por supuesto sin una rectificación explícita. Otros ni se han molestado en recuperar algo de dignidad periodística.
Esta inmoral estafa ocurre a diario. Los medios reproducen las noticias de una oligarquía mediática con intereses claramente definidos. Los opinadores profesionales hablan con la misma soltura e ignorancia del conflicto sirio que del sistema educativo finlandés. Gramsci, tan citado como manipulado en nuestro tiempo, está más vigente que nunca cuando expone que la prensa es nada menos que una de las armas más poderosas en la batalla por la hegemonía cultural; la superestructura del sistema en funcionamiento actuando como correa de transmisión de los valores dominantes del periodo histórico y económico en cuestión.
¿Cuándo fue la última vez que leyeron en la prensa el número de muertos por accidente laboral? La próxima vez que intenten lanzarles estiércol mediático a la cara recuerden que aproximadamente seiscientos muertos al año sólo merecen algún artículo ocasional. Lo verdaderamente importante es odiar al español de la provincia de al lado.
En pocas palabras, tenemos la obligación moral de ejercitarnos intelectualmente para mantener nuestra independencia cognitiva. Quizás ahora se entiende mejor por qué ciertas corrientes políticas buscan aligerar los contenidos y eliminar la filosofía de las aulas.
Pablo A. Muñoz Alconada
Meridianamente claro. Pero esto ya tiene poca solución. Hasta los más instruidos teóricamente han sucumbido al relato de brocha gorda del virus. Un gobierno, y un sistema, que antepone nuestro bienestar al santo grial del beneficio. Si esto no ha hecho saltar todas las alarmas, creo que ya nada podemos esperar. Dicho esto, se agradece un poco de cordura para variar. Saludos cordiales.