
Ayer 115.000 conciudadanos deambularon por el bulevar de los sueños rotos. A la luz de lo observado, no hay atrezzo ni actuación impostada que revierta su estado terminal. Y es que lejos de lo que bramaban, la mayoría de catalanes, después de hacerlo en las urnas, remató al nacionalismo con una estocada certera. Todo apunta en este momento a que los retazos ya no bastan.
La obra escénica contó esta vez con Dante Fachín como telonero, imagino que Jaume Asens, primer traductor de la historia entre personas que comparten lengua, andaría muy atareado. El caso es que como ya viene siendo costumbre fue un fracaso sin paliativos. Debo reconocer que sentí cierta lástima por Lluís Llach, pues entonar el clásico «nuestro pueblo ha sufrido una aniquilación étnica», con voz de corcho y al compás de un estilo alambicado ya no tiene gracia. Otro de los ponentes fue el filósofo Xavier Antich de Òmnium Cultural. Este sujeto, con una sottigliezza inusual, sentenció: «¡No queremos tener razón, queremos la República!». Chimpún. Por otro lado, Jordi Gaseni de la Associació de Municipis per la Independència, con una miopía análoga a la de Millán-Astray, sollozaba porque ya nadie se preocupaba por sus «soldados». Ahora bien, sin lugar a dudas, el discurso que hizo estallar a la masa congregada en Plaça Espanya fue el pronunciado por Dolors Feliu, presidenta de la Assemblea Nacional Catalana. La madame Bovary de los unilaterales advirtió al president Aragonés: independencia o nos presentamos a las próximas elecciones autonómicas. Del mismo modo, también instó a la Generalitat a retirar «cualquier símbolo español de nuestras calles» y se manifestó contra la amnistía. Curiosamente, la máxima representante de la alta cultura nacionalista, que tanto aleccionaba ayer a ERC, ha reconocido hoy en la emisora RAC1 que su única hoja de ruta es «la voluntad de ser» y que la independencia de Cataluña pasa por emular el proyecto de secesión «de naciones como Portugal, no solo el de las naciones de fuera [aludiendo a Latinoamérica]». En fin, mucha estridencia, mucho racismo, mucha xenofobia y cada vez menos adeptos. De 1.800.000 personas en 2014 a 115.000 en 2024. Esta es la realidad. Una estafa piramidal que resiste gracias al aire asistido que proporciona nuestra falsa izquierda.
Ball de bastons aparte, haría bien el Gobierno en descoserse de la garganta el ronzal que ahora portan y enunciar, en un ejercicio de honestidad, que la reprobación moral del nacionalismo, paralelamente al bienestar de las clases trabajadoras, no les ha importado jamás. Por eso nos abandonaron en 2017 y por eso ahora quieren imponernos con calzador una regresión neofeudal, tratándonos como imbéciles con una puerilidad inaudita en política hasta la fecha.
Ni amnistía, pues legitima el golpe contra la democracia y anestesia a las futuras generaciones ante la infamia nacionalista. Ni autodeterminación, porque la atomización de los derechos de todos no puede ser decidida por unos pocos.
Como socialista, no en mi nombre.
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