
Salud mental
Adolfo Martínez Rodríguez | Como llevamos viendo muy pronunciadamente en los últimos años, uno de los recursos más empleados y fáciles de usar políticamente es la apelación a los sentimientos (individualistas, de hecho). Este recurso es fácil de usar sencillamente porque cala rápido y las explicaciones dadas no son tan elaboradas, Por ejemplo: Si una empresa requiere de 5 trabajadores más para su plantilla, es más fácil elaborar un programa de <coaching>, <desarrollo personal> o <mindfullness> que afrontar las verdaderas carencias empresariales materiales presentes, como puede ser la contratación o elaboración de distintos tipos de contratos. Lo cierto es que arreglar desde el sentimentalismo una carencia material, aunque esté justificada, suele terminar mal.
En la época de la exaltación individual y el positivismo exacerbado, jugar a los sentimientos tiene un doble rasero, ya que se puede intentar realizar acciones <positivas> como lo anterior comentado respecto al desarrollo personal, o <negativas> que conducen al rechazo, esto es: Es muy fácil hacerle la vida imposible a un trabajador con el objetivo de echarle, culparle, y con suerte, no pagarle lo que se le corresponde apelando a cualquier tipo de sentimiento ficticio. Ambas acciones (positivas y negativas) cumplen un objetivo claro: medidas a corto plazo. Mientras, el materialismo intenta mirar más allá y buscar la raíz verdadera del problema.
Si eres joven (digamos, menor de 30 años) y resides en España, es muy probable que estés en una posición de desempleo, dependiendo económicamente de tu familia, o en un trabajo considerado como precario. Lamentablemente, la edad mencionada continúa avanzando hacia cifras superiores. Podemos permitirnos decir que <tener 30 años son los nuevos 20>, pero, ¿Entonces serían los 70 los nuevos 60? Me gustaría oír la respuesta de una persona recién jubilada a esto después de toda una vida trabajando.
Esta situación tan precaria ha acentuado los ya existentes problemas relacionados con la salud mental, que también, crecen en número. Desgraciadamente, la salud mental ha estado siempre estigmatizada. Casi en cualquier círculo -tanto laboral, como estudiantil, o incluso personal- el citar un problema como puede ser la depresión diagnosticada puede suponer una sensación de rechazo muy grande. Muchas veces este tipo de enfermedades se llevan en silencio.
Ahora bien, cabría preguntarse como solventar este asunto que parece cada día más aterrador. ¿Funcionan las políticas identitarias con este asunto? ¿Mejora realmente las condiciones de los hospitales y los centros de salud, así como las personas tratadas con las políticas identitarias? ¿Es (también) la enfermedad mental una construcción social? ¿Por qué muchas personas critican la autoayuda como algo irreal –que lo es- y sin embargo la enfermedad mental la tachan de ser una construcción social?
Porque de nuevo se responde con sentimientos, y al hacerlo así, o bien obvias una gran parte de la realidad, o bien cuentas lo que te interesa para otra vez conseguir tu objetivo a corto plazo. Efectivamente, podemos debatir entre qué y cómo se ha creado, por ejemplo, el sentimiento de culpa entre la juventud en cualquier tipo de régimen político o sociedad, diferenciar entre <tristeza>, <depresión> y ver cómo se potencian ambas.
La depresión es una enfermedad mental grave. Ha de ser tratada correctamente y con los medios materiales necesarios, sin apelar a sentimentalismos políticos que sólo buscan la visibilización electoral, así como identificar qué hechos o situaciones conducen a la enfermedad.
Tampoco ayuda la sociedad de consumo, que pone a nuestra disposición un mundo completamente irreal y rápido (parecido, por no decir igual, al concepto de fast food) para digerir a modo de <elige tu propia aventura> un centenar de opciones irresponsables, generando falsas expectativas y frustraciones especialmente entre los jóvenes. Por otro lado, puede ser natural que una persona joven y sin experiencia vital crea con más facilidad que el mundo exterior es como lo pinta Netflix o Instagram que una persona madura de mayor edad.
Culpar únicamente a las irrealidades que presentan estas multinacionales de consumo audiovisual sería un error. Las condiciones laborales entre los jóvenes españoles son cada día peor. Muchas personas tienen que hacer malabares para no ya solo vivir dignamente, sino para únicamente permitirse sus caprichos, como pasa entre los estudiantes. Es prácticamente imposible tener vistas a un futuro más allá de unos pocos años, porque económicamente es inviable.
Desafortunadamente el virus se ha encargado de cambiar completamente la manera de relacionarnos entre nosotros. La fortaleza mental ha jugado un papel clave en una generación que mentalmente es inestable por lo anteriormente comentado. Toda esta fórmula ha generado lo que vemos hoy en día entre nuestra juventud.
Adolfo Martínez Rodríguez
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