
centralismo-confusión
Charli Palacios | Reflexionando sobre el debate acerca del centralismo, comenzaría por señalar que el propio término, desde su raíz, genera interpretaciones de significado variadas. Entre ellas, una manera de designar a un sistema de concentración de poder, personal, elitista y territorial, que dista del significado que la izquierda jacobina extrae de dicha palabra. Por ello conviene articular muy claramente el discurso, si lo que queremos es eliminar asociaciones indeseadas.
Opino que la desigualdad territorial tiene que ver no sólo con el desarrollo histórico y político, sino que hay que entenderla también en clave socioeconómica y urbanística. Es perfectamente perceptible que regiones como Euskadi, Cataluña, Madrid, Galicia, Asturias o Canarias, tienen desarrollos muy diferentes. Y no lo achacaría a un centralismo político español.
La errónea simplificación dialéctica entre centro y periferia describe en realidad la diferenciación y el condicionamiento económico, social, e incluso identitario, no de los territorios llamados “periféricos”, sino de Madrid. Siendo que cada territorio responde a condicionantes y factores moduladores propios y más complejos.
Es por ello que, en esta dialéctica nociva y tópica, de “capital-provincias” el término centralismo, cae asociado con suma facilidad a uno de los nacionalismos identitarios más potentes del panorama español. El madrileño.
No hace falta salir de El Papel para ver artículos que demuestran este potente sentimiento identitario nacionalista. Que a veces se confunde con un nacionalismo estatal, cuando no deja de ser, como lo es el catalán o vasco, un nacionalismo territorial más. Si otras comunidades tienen la lengua cooficial como uno de los motores identitarios, Madrid tiene esa peculiaridad propia, la capitalidad como motor principal.
Los polos de desarrollo urbano e industrial, no tienen que ver demasiado con la singularidad lingüístico-cultural, siendo Galicia un claro ejemplo, a la cola del estado español. Sino sobre todo con las áreas de influencia de las grandes ciudades, que configuran una suerte de “centralismos” regionales o locales. Aglutinando población, industrias, trabajo, etc. En su órbita florece esa élite burguesa postindustrial que se concentra en la gran ciudad, y determina esa diferenciación socioeconómica a la vez que territorial entre los ciudadanos urbanos y los menos urbanos (es tentador usar el término “rurales” pero sería ciertamente un error) . El llamado “maltrato centralista” no es por tanto un hecho político del pasado, sino que es más bien urbanístico, está de plena vigencia, y no se limita a Madrid, como se trata de vender desde ciertos ámbitos nacionalistas. Está relacionado en realidad con la tiranía del modelo urbanístico de las grandes urbes.
La supuesta descentralización del régimen del 78 no supone sino una nueva centralización, está vez a escala autonómica. Y las diferencias actuales no se deben al conflicto centro-periferia. Sino al modelo que las grandes metrópolis, como nodos urbanísticos, generan.
El modelo territorial del Régimen del 78 tiene, en esta teórica descentralización, su argumento a favor, de modo que es entendible la intención de mitigar el potente nacionalismo y potencial conflicto de determinados territorios, como País Vasco, Galicia o Cataluña, mediante el otorgamiento del mismo sistema de autonomía al resto de territorios. El “café para todos” parece haber sido un intento de satisfacer la demanda de autonomía de unas regiones sin que otras se sintieran agraviadas o discriminadas. El problema es que, a día de hoy, el “café para todos” ya de poco sirve a este fin, y la realidad es que la auténtica fuerza política del nacionalismo se instala en el sistema electoral actual. Que beneficia al bipartidismo y al nacionalismo. Si hoy se planteara una reforma legislativa del actual sistema electoral, no duden que los principales opositores serán los partidos nacionalistas, de izquierdas y de derechas (aunque yo soy de la opinión de que el nacionalismo, como dice Ignatius Farray, “es de fachas”).
Así que, no, opino que el “café para todos” no es el responsable del desequilibrio autonómico. Al contrario, opino que éste adormiló y retrasó con eficacia durante décadas el conflicto identitario, siendo que el identitarismo regional no nace en el 78 sino que tiene siglos de antigüedad. La división de Floridablanca (1875) ya era muy similar a la actual. Siendo que algunas nomenclaturas proceden incluso de las divisiones romanas e incluso prerromanas.
La identidad territorial es fuerte en muchos territorios y ello no deriva necesariamente en un nacionalismo con suficiente fuerza para condicionar la política española. El nacionalismo gallego es el perfecto ejemplo, por cuanto no tiene más influencia a nivel nacional que un escaño en el parlamento español. Igualmente, la lengua gallega tiene una riqueza cultural e implantación en el territorio, tanto o más fuerte que el catalán o el vasco. Y ello no va acompañado de independentismo ni fuerte imposición regional. Más bien al revés.
El problema nacionalista agudizado de ciertas comunidades, principalmente Cataluña, no se limita al habitual narcisismo identitario o a la potenciación o interpretación de hechos o hitos históricos, tanto como en el armado de un enemigo u opresor externo, frente al que se victimiza o ve agraviado. Elemento que encuentra fácilmente en un contranacionalismo que suele caer en el error de la negación de las características regionales e identitarias (no se puede generalizar que todo es invención y mito) y que a veces suele ocultar, no otra cosa que otro nacionalismo en sentido contrario, también con sus propios narcisismos, hitos y mitos históricos, y exactamente los mismos argumentos de agravio, en este caso territorial. De modo que nacionalismo y contranacionalismo se retroalimentan. Es la perfecta descripción de lo que ha hecho la derecha y particularmente el Gobierno de Mariano Rajoy. Nunca el nacionalismo catalán tuvo tal nivel de apoyo.
El mayor peligro por tanto, en la lucha contra los nacionalismos, es no identificar el error de caer en los mismos términos, convirtiendo la reacción en un catalizador y combustible ideal para la magnificación del conflicto. Creando precisamente el enemigo externo que el nacionalismo necesita señalar para crecer y arder con más fuerza.
En el ámbito electoral, cambiando de tercio, no se puede confundir cuál es la causa del exceso de poder de las fuerzas nacionalistas. Que no es ni la división provincial ni la autonómica. Sino la configuración de la circunscripción y el número de escaños que reparte. Es el motivo por el cual el PP trata de fraccionar ciertas circunscripciones (como Madrid) o por el cual trata de reducir el número de escaños en reparto. A menor tamaño de la circunscripción y a menor número de escaños, mayor ventaja tienen los partidos mayoritarios. Es decir, el bipartidismo. Pero ojo, también los nacionalismos en aquellas comunidades en los que son fuerzas mayoritarias.
La aparición de partidos regionalistas es lógica en este ecosistema actual. Pero hay que saber diferenciar lo que son meros oportunismos de traza más bien efímera, de lo que son partidos nacionalistas consolidados, sean de izquierda o derecha, y hay que saber interpretar las diferencias regionales. Es un error agruparlo todo en el mismo saco, pues la manera de interactuar con ellos ha de ser diferente.
El verdadero error de la izquierda actual es la ingenuidad de pensar que, ante un nacionalismo manso, puede ser buena idea, no el alargar un poco la correa, sino quitársela un rato pensando que permitirá que se la vuelvan a poner. Y el error de la derecha es pensar que darle palos y hacer que ladre es buena idea, y pensar que en caso de que rompa la correa el palo será suficiente para mantenerlo a raya.
Por otra parte, y tratando de hacer un diagnóstico no sólo externo, sino también introspectivo, percibo que existe una excesiva agresividad de una parte de la izquierda jacobina hacia, no tanto el concepto de plurinacionalidad, como hacia la mera consideración de las diferencias regionales, confundiendo el centralismo con un madrileñocentrismo que en ocasiones se mueve claramente en la misma clave nacionalista que se critica, entregando la bandera de la diversidad regional a la plurinacionalidad populista, cayendo en su trampa y dándoles argumentos que les permiten calar más todavía y etiquetar a la izquierda jacobina como rojiparda o directamente como reaccionaria o facha.
Igual que la izquierda está fracasando al permitir que la derecha y los nacionalismos se apropien de banderas o determinados elementos identitarios, el jacobinismo tiene el riesgo de fracasar si permite que la izquierda autodenominada socialdemócrata se apropie de la consideración de la diversidad territorial bajo la bandera de la “plurinacionalidad”.
El modelo territorial autonómico actual no permite una marcha atrás radical, por simple cuestión de mayorías políticas. Y es por ello que la izquierda jacobina debe ser pragmática, y sin renunciar a sus principios de igualdad, armonización fiscal, legislativa, educativa, sanitaria, … y en general, política, debe buscar la disociación del término centralismo respecto al identitarismo madrileño o “de capital”, resignificando el mismo. Y no permitir que la centralización se etiquete como una corriente negacionista de la diversidad territorial, dentro de su lucha por la armonización estatal y la igualdad.
Charli Palacios
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Estoy de acuerdo en que el término centralismo es peliaguado en España por su mala prensa y la confusión interesada generada. También en que medidas recentralizadoras deben evitar la concentración de poder en Madrid. Se trata de centralizar la competencia en el Estado, pero mantener la descentralización en su ejecución. El reparto de sedes de instituciones estatales por el territorio me parece un buen paso en esta dirección para que se piense en términos nacionales en cualquier lugar de España.
Muy de acuerdo. Centralizar no puede significar llevarse las cosas a Madrid. Sino en la administración estatal, recuperando competencias, que, por supuesto, se ejercerán igualmente en el territorio correspondiente. Creo que no nos estamos refiriendo a la lucha por una centralización territorial, sino administrativa.
Muy de acuerdo con los dos comentaristas previos. Pero si debe realizarse esa centralización administrativa. Hoy tenemos una ópera bufa llena de ladrones, pequeñas taifas con escondrijos, los patrones regionalistas ultraconservadores. Debe cambiarse la ley electoral. Y dejar de pensar la bobada de que “los territorios deciden”, razonamiento típico caciquil al referirse a su rebaño en el que todo está atado y bien atado. No. Deciden las personas. Los derechos (y los deberes, que eso siempre se olvida) los tenemos las personas, no los territorios. En la batalla de las ideas hemos permitido que una parte (los caciques) hablen por el todo. Cuando dicen “los catalanes”, realmente hablan los Puigdemont de turno de “nosotros los independentistas” , invisibilizando al resto de ciudadanos, arrogándose su representación de manera ilegítima y errónea. Cuando dicen “Euskadi ha decidido”, realmente el Urkullu de turno habla de lo que en sus cenáculos Nacionalistas Peneuveros han decidido. Y eso debe acabarse.
De acuerdo en que los derechos deben ser personales, y no territoriales. El error está en negar la existencia, no de derechos, sino de las diferencias territoriales (que no necesariamente me refiero a las que se ajustan a unas fronteras concretas), no entendiendo que si bien tenemos todos los mismos derechos, no somos todos iguales. Tal y como ocurre con las diferencias entre sexos, las cuales no tiene sentido negar. Tenemos los mismos derechos, pero hombre y mujer no son iguales, y esto genera situaciones de desigualdad, que no tienen que ver sólo con las construidas socialmente (negación de derechos), sino también con meros hechos biológicos, que no podemos negar. Es la mujer la que gesta, la que menstrúa, por poner un ejemplo rápido y simple, demandando unas necesidades que los hombres no tienen, como necesidad de protección (física, psicológica, social, …) en períodos determinados, o teniendo un coste económico que no soportamos los hombres en, por ejemplo, la compra de productos de higiene personal.
A nivel territorial, ocurre lo mismo. Sí, tenemos los mismos derechos, pero somos distintos territorialmente, y alcanzar esos derechos cuesta más en determinados campos para unos o para otros. Pongo ejemplos, por ser gallego, y por ser urbanista (tenderé a hablar de los campos que mejor conozco):
Galicia y Asturias, tienen, por causa de condiciones geográficas, culturales, históricas e incluso jurídicas, una dispersión poblacional bestial en comparación al resto de España. En cuanto a núcleos de población (conjunto de al menos diez edificaciones) estas dos comunidades baten récords, teniendo en proporción el mayor número de núcleos abandonados o con menos de diez habitantes de todo el país. Mi aldea, por poner un ejemplo. 5 casas habitadas. Por simple cuestión de morfología geográfica, las carreteras gallegas son tortuosas y dispersas, subiendo y bajando, curvando sin fin, por laderas, montañas y valles. Aquel que conduzca habitualmente por el noroeste de España sabe que pasado el Macizo Galaico-Leonés, el paisaje cambia y entrados en la meseta de Castilla, la carretera se vuelve recta y regular (siempre hago el chiste que sólo río yo de que podría quedarme dormido cinco minutos y seguiría en la carretera mientras que en mi tierra ya me habría despeñado monte abajo) y la dispersión de asentamientos desaparece. Lógicamente la dotación de infraestructuras y servicios es más compleja y en consecuencia costosa, de modo que históricamente ha tendido a desarrollarse un déficit en tal sentido que deja a determinadas comunidades en una situación más difícil de cara a dotar a la población de servicios (y por tanto de determinados derechos urbanísticos, como son los abastecimientos, saneamientos, etc.). Por otra parte diferencias jurídico-culturales, como las hereditarias, han provocado en Galicia un minifundismo en la propiedad que dificulta el desarrollo de políticas territoriales, y obliga a costosos y lentos procesos de concentración parcelaria o de la propiedad. Cosa contraria ha generado el mayorazgo hereditario de algunas comunidades del sur, con un latifundismo que da lugar a la concentración de la propiedad en manos de determinados terratenientes.
La concentración de la actividad industrial, agrícola, de servicios, … en determinados territorios no deja de ser también una realidad que genera problemas o ventajas, que en conjunto, sí, responden a lógicas territoriales que ponen a unos territorios hándicaps innegables, en base a los que surge una inercia de reclamación local o territorial, de cara a la obtención efectiva de los mismos derechos. Paga lo mismo la electricidad un vecino de As Pontes, donde produce energía la mayor central térmica de carbón de España (y la más contaminante), que alguien de otra localidad, que tendrá un aire y ambiente más limpio y sano. Mismos derechos? Sí.
Mismos derechos efectivos siendo que el entorno, por la mayor contaminación, es más nocivo para la salud? No. Así que habrá una demanda territorial que busque la solidaridad y compensación de unos territorios hacia otros, en unos campos, y en otros. No es tanto cuestión de nacionalismo (que tienen fácil hacer un populismo del agravio a mayores con esta base de desigualdades) como de realidades territoriales, la consecuencia de que haya regiones o localidades que demanden atención especial de cara a eliminar desigualdades para obtener los mismos derechos.
El negacionismo de estos hándicaps innegables crea, por supuesto, reacciones territoriales, y provoca el efecto contrario al que se busca, dotando de mayor base de apoyo a aquellos nacionalismos que se alimentan de la estrategia del agravio y del enemigo exterior.
Sr. Charli, pero es lo mismo. No es “El territorio” el que debe ser compensado . Nada tiene que ver el que lo sufre en As Pontes con el vecino de Bayona, casi en la frontera con Portugal. Son las personas. Y así evitamos que lo que debiera ser un mero gestor administrativo se convierta en un pequeño caudillo que chupa recursos como un agujero negro. Las personas iguales en derechos y obligaciones. Por ejemplo, nada de regímenes forales medievales que privilegian a unos pocos de cierto partido nacionalista caciquil. Y a esas personas de As Pontes, al plantarse ese pedazo de central, hay que compensarlos etc. Claro que si. Pero las cosas claras sin dejar que se creen taifas ni caciques, que es lo peor.
NOTA: conozco bien lo de las aldeas abandonadas, unas cuantas por Lugo. Que pena da cuando lo visité, pero es comprensible.
Claro que es el territorio el que debe ser compensado. De ahí el concepto de “solidaridad territorial”. Por poner un ejemplo muy rápido es el medioambiente de ese territorio el que sufre la implantación de una actividad que beneficia al conjunto o los desastres ecológicos que causan estas actividades. El Urquiola, el Casón, el Mar Egeo, el Prestige, embarrancaron y devastaron las costas gallegas, su diversidad marina, su economía. No la de Albacete ni la de Mallorca. Es evidente que Lorca, la Palma, etc. recibieron también solidaridad del resto de territorios. El territorio es un lugar físico, inamovible, y cuya morfología, y el modelo social y cultural definen diferencias con los territorios vecinos. Incluso la legislación regional define e influye en el territorio. Galicia es minifundista, Andalucía latifundista. Cosas que se deben al sistema legal de partición y herencias. Termina determinando el mismo parcelario y la estructura de la propiedad rural.
La identidad territorial es inevitable e innegable. Y en algunas regiones han descubierto que es un recurso inigualable para la pesca electoral. El problema está en el uso populista de dicho recurso. No en el recurso en sí.
Así que lo que vemos es un error de enfoque cuando se señala a dicho recurso, es decir, al territorio, y no al que lo utiliza para sus fines políticos. Negacionistas de las diferencias territoriales predicando que no, que todos somos iguales, que las diferencias son un invento de populistas y malvados. Negacionistas que lo que crean es una reacción contraria a la que buscan, pues cuando un individuo siente negada su identidad territorial, y se siente atacado, quien le está esperando para clamar por tal ofensa, y acogerlo gustosamente como un soldado más de la causa es el nacionalismo.
Nadie hace crecer más el nacionalismo que aquellos que difunden la mentira de que todos somos iguales, los negacionistas de territorios, culturas y lenguas que atacan a la identidad y no al identitarismo populista, que es el enemigo. Cuando el antinacionalismo se convierte en otro identitarismo más, se convierte en lo mismo que aquello contra lo que lucha.