
Pensábamos que el Ministerio de Igualdad de Irene Montero y Ángela Rodríguez Pam solo iba a arrogarse el papel de nuevo tribunal de la Santa Inquisición Queer-Woke al querer reprimir, sanción administrativa mediante, a quienes tenemos opiniones críticas con la agenda neoliberal de las almas en cuerpos equivocados que quieren implementar (que ya están implementando, por desgracia).
Lo que no sabíamos es que ese tufo curil tan sospechoso iba a proyectarse también sobre aspectos de la vida privada de las personas (y en concreto de las mujeres, si es que a día de hoy siguen siendo capaces de distinguirnos entre tanta proliferación y fluctuación de géneros), tales como la sexualidad y cómo vive ésta cada una.
Porque a Ángela e Irene les preocupa sobremanera que las mujeres heterosexuales disfrutemos con la penetración (desconozco si a los hijos de Montero los ha engendrado el arma para matar fascistas, y no me refiero a su progenitor, que ya quisiera tener algo de aquello). No sabemos exactamente qué parte del sistema económico imperante y de la desigualdad que éste acarrea se tambalea por nuestra preferencia por un objeto eléctrico que vibra o succiona o lo que quiera que haga, en vez de por un ser humano de carne y hueso. También andan las mesías de las mujeres preocupadas por cómo vivimos nuestra sexualidad a los sesenta, setenta u ochenta años de edad. Porque deben éstas pensar que antes de que ellas sacasen el tema a la palestra, las mujeres de dicha edad no se hacían exactamente las mismas preguntas, y las resolvían como buenamente podían. Y hasta nos dicen que hay que hablar de tener relaciones sexuales con la menstruación (propuesta subversiva y revolucionaria donde las haya), como si esto no lo hiciera ya toda aquella mujer con disposición y ganas para ello. En fin, que yo no sé cómo la especie humana ha sido capaz de perpetuarse antes de que estas iluminadas nos enseñaran a follar (ruego me disculpen el lenguaje soez, no será la primera vez que lo use).
Esta obsesión malsana por el sexo, por pensar y hablar de ello de forma constante con la intención de fiscalizar al prójimo, me evoca, insisto, un tufillo clerical que no me gusta nada. A este respecto, se me ocurren dos posibilidades. O bien estas revolucionarias de salón de uñas y tuppersex no tienen otra cosa relevante que proponer, que pueda tener consecuencias reales sobre las vidas de las mujeres a las que se supone representan (no sé, se me ocurre no sacar a agresores sexuales de la cárcel para meterlos en cárceles de mujeres una vez cambien su sexo registral cuando vuelvan a delinquir, por ejemplo), o bien resulta que lo que están haciendo es proyectar sus propios traumas y frustraciones personales (o simples preferencias) en su actividad política. Y no me malinterpreten, que no estoy ni mucho menos asumiendo el discurso misógino de “las feministas son unas malfolladas” (sería tirar piedras sobre mi tejado), porque ni me importa a quién y cómo se folle Ángela Rodríguez, ni mucho menos la considero feminista como para afirmar tal cosa. Lo que digo es que esta tendencia a sentar cátedra y hablar por todas, tan propia de la “izquierda” posmoderna que se cree poseedora de una pureza moral de la que el resto carecemos, dice más de quienes manifiestan tal preocupación por la sexualidad de las demás, que de la verdadera sexualidad y los problemas relacionados con la misma del conjunto de las mujeres.
Por eso me gustaría pedirles a nuestras (y nuestros, por supuesto) representantes políticos que, o bien se dejen los traumas (o meras preferencias personales, como decía) en casa, o bien se los trabajen en terapia, como hacemos todos. Que a la política se viene a transformar la vida de la gente (y por vida me refiero a las condiciones materiales de existencia), y no a actuar como un tribunal de la moralidad e inmiscuirse en la intimidad y vida privada de las personas, al mismo tiempo que se nos culpabiliza e infantiliza a las mujeres por nuestras preferencias sexuales (ésta en concreto, la penetración, de lo más habitual e inofensiva, por cierto). Quizás con una jornada laboral que no nos haga trabajar hasta la extenuación, con un salario digno y con tiempo libre para poder disfrutar de las cosas que nos gustan, hasta mejora nuestra vida sexual, ya que tanto parece preocuparles a las podemitas que todos y todas estemos muy bienfollados. Por no hablar de que a pesar de tanta matraca con el consentimiento, se les olvida que a lo mejor dichas prácticas que por misteriosos motivos les quitan el sueño (léase, de nuevo, la penetración) son no solo consentidas, sino deseadas de forma genuina por las mujeres que las practican. Que aquí mucha libertad sexual hasta que llega el escrutinio del neopuritanismo woke.
En fin, que lo personal es político no significa que se deba hacer política con aquellos aspectos de la vida cuyo ámbito es la más estricta intimidad. Lo que el eslogan por antonomasia del feminismo significa es que muchas de las cosas que nos acontecen a las mujeres, responden a una realidad social que está muy por encima de nuestras propias circunstancias personales como individuos. Y entre las cosas que nos acontecen, con lo que una se excite o cómo alcance el orgasmo no parece ser de lo más relevante, siempre y cuando, huelga decir, no se ponga en riesgo la propia integridad física y psicológica y todo lo que se haga parta del más profundo deseo.
Pero ya sabemos del nulo respeto de Montero, Pam y acólitas por el feminismo, tanto por sus consignas como por la totalidad de su agenda. Puestos a no mejorar la vida de las mujeres en absoluto, más bien lo contrario, a ver si al menos nos dejan follar como nos dé la real gana.
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Sobre las declaraciones sobre la penetración, poco puedo decir. En la línea de las sobradas y chorreces que cada poco salen de la boca de Ángela Rodríguez.
Pero sin embargo, si que tengo que decir que no comparto la bilis respecto del vídeo en cuestión. Para una cosa que creo que hacen bien, pues voy a reconocerlo, y me explico.
Entiendo que la intención del vídeo es normalizar que la inmensa mayoría de la gente no tiene una imagen o cuerpo que respondan a los cánones que la moda y la sociedad actual tratan de imponernos. Cánones que graban a fuego en nuestra mente. Lo último ha sido ver cómo ciertas apps móviles aportan filtros de belleza para que disimulemos nuestra fealdad en las fotos, lo cual es indicador de lo grave que comienza a ser el problema. La inmensa mayoría de la población se rechaza a sí misma, a su cuerpo, nariz, cara, arrugas, … y particularmente las mujeres, que a lo largo de la historia han venido siendo objetivos principales de dicho condicionamiento social. Maquíllate, tíñete el pelo, depílate, ponte bótox aquí, ponte tetas, opérate aquí, o allí, etc… Poco a poco, aunque en menor medida, permea también a los hombres.
Por otro lado no es precisamente el Ministerio de igualdad el que nos viene diciendo cómo o con quién tenemos que follar, sino que ya hace mucho tiempo que eso viene sucediendo. Desde el clasismo, racismo y la endogamia aún actual en parte de nuestra sociedad que nos dice con quién es correcto o no juntarnos, casarnos o frotarnos, en función de clase social, piel o tribu. Hasta el clericalismo que nos dice con quién, cuánto, cuándo o cómo debemos hacer la cópula (follar nunca, que eso es vicio) para no caer en pecado mortal. Por supuesto también nos advierten del pecado que supone usar condón, o mismo masturbarse, y toda práctica sexual que no tenga como objetivo la sagrada procreación. E igualmente nos indican que la mujer menstruante, y todas las cosas que tengan que ver con su vagina, son impuras y sucias.
Yo mismo me descubro percibiendo extraña una escena romántica de una película que termina con beso, y donde uno de los actores es …Javier Cámara. Mi cerebro se revuelve y me dice que qué pinta ahí un tipo mayor, calvo y feo, en vez de George Clooney o José Coronado. Horror! Mi subconsciente no se escapa al bombardeo.
Aplaudo por tanto ese vídeo, que trata de mandar un mensaje muy importante, a todos los que tenemos canas, arrugas, kilos de más, una nariz torcida. Unas tetas o un pene tirando a pequeños. Piel morena o rasgos raciales. Cicatrices. Porque nosotros somos los normales.
Entiendo que esa es la intención del video. Normalizar. Por supuesto, también busca provocar. Pura estrategia de márketing. Y a tener de lo visto, acertada.