
Lágrimas en la lluvia
Ismael Ahamdanech Zarco | Yo he visto cosas que vosotros no creeríais: naves de ataque en llamas más allá del hombro de Orión; he visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser; he visto familias con ingresos de más de 100.000 euros recibir becas para ir a colegios privados; políticos defendiendo esas becas como justas. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Hora de morir. Hora de acabar con la lucha de clases.
El monólogo original que pronuncia el replicante Roy Batty en Blade Runner se llama Lágrimas en la Lluvia. Este otro que hemos retocado podríamos llamarlo Sonrisas en el MAR. En cualquier caso, no se ha introducido ningún elemento que desvirtúe la naturaleza de ciencia ficción del texto: al fin y al cabo, es tan increíble ver naves en llamas más allá del hombro de Orión como que familias que llevan a sus hijos a colegios privados y tienen unos ingresos muy por encima de la media reciban una beca. Lo que es menos verosímil es que quien implanta esa medida pretenda hacernos creer que es justa socialmente. Pero en Madrid puede suceder cualquier cosa: si hasta nuestro ayuntamiento ha conseguido externalizar las muertes laborales hemos de aceptar como posible incluso lo más inverosímil que seamos capaces de imaginar.
Además, reconozcamos que intentan convencernos con convicción, desde los Consejeros hasta la Presidenta. Es entrañable escucharlos decir que todo el mundo tiene derecho a una beca, que las familias con mayores ingresos también lo están pasando mal y que hay que bajar los impuestos sin olvidarse de los que más tienen porque, como aportan más, se sienten maltratados y necesitan cariño. Así que, después de escuchar a unos y a otra, ¿quién es tan desalmado como para no querer que alguien que estudia en un colegio a diez mil euros el año reciba una ayudita?, ¿cómo puede ser que haya canallas que no se den cuenta de lo que sufren los grandes patrimonios por no recibir mimos del Estado? Todos tienen derecho porque todos somos iguales, aunque, como siempre, unos sean más iguales que otros.
Todo este discurso tiene sus ventajas para los que no pensamos igual. El hecho de que vayan a calzón sacado (aquí también sabemos ser cañís como nuestra Presidenta-influencer–popstar) deja claras las reglas de juego y nos permite saber con exactitud dónde está cada uno. Algunos nos llegaron a convencer de que eran de centro o incluso de centro-izquierda (me acuerdo de Gallardón, qué joven e ingenuo era yo entonces). Pero ahora no hay lugar a equívocos. Nadie se puede confundir de en favor de quién gobiernan y cuáles son sus objetivos. Durante un tiempo nos hicieron creer que había que dejar la política a los tecnócratas porque para que las cosas fueran bien lo único importante era que las decisiones se tomaran con criterios estrictamente técnicos. Y no es verdad. Todas las decisiones de política económica, por muy técnicas que sean, tienen alternativas. Especialmente en el caso de las medidas presupuestarias. Y las alternativas implican que unos van a ganar y otros van a perder, porque los recursos son escasos y lo que se dedica a un determinado programa no se puede invertir en otro. Se toman decisiones que tienen un impacto en la sociedad, que van a facilitar las cosas a un determinado grupo de personas en detrimento de otras. O a una clase social a costa de otra.
Porque también es mentira que las clases haya desaparecido. Es cierto que la lucha se ha diluido en guerrillas estériles alimentadas por una izquierda irresponsable y jaleadas por una derecha que, mientras tanto, se ha dedicado a implementar un programa social que favorece a sus clases. Nos lo han dicho implícitamente Ayuso y sus consejeros: las clases existen. Lo que pasa es que no quieren que luchen entre ellas. Claro que no quieren: si han ganado los suyos, ¿para qué seguir peleando? Lo que es más extraño, lo que realmente no deja de sorprender es que quienes han perdido compren ese discurso averiado y que no resiste el análisis de las cifras. Basta con ver cómo ha evolucionado el gasto por estudiante en la educación pública madrileña en los últimos años, o la distribución del ingreso, o los márgenes empresariales y los salarios, en especial los de los trabajadores con menos ingresos.
Claro que existe la lucha de clases. Se encargan de recordarlo a diario desde el gobierno de la Comunidad de Madrid. Desde luego, no se les puede reprochar la falta de sinceridad, aunque lo que nos cuentan sea tan inverosímil que parezca sacado de la escena de una película de ciencia ficción en la que se escucha de fondo, no lágrimas en la lluvia, sino desagradables sonrisas de MAR.
Ismael Ahamdanech Zarco