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Javier Maurín | La inmersión lingüística en Cataluña -esto es, obligar a todos los estudiantes a una instrucción exclusivamente en catalán- supone un palo en las ruedas para el rendimiento académico de los que tienen el español como lengua materna.
Esta frase que publiqué recientemente en redes me ha valido cientos y cientos de ataques, la inmensa mayoría insultos ad hominem y, por supuesto, sin el más mínimo argumento. Esta crítica con un enfoque poco habitual ha escocido soberanamente los nacionalismos. ¿Por qué? Por varios motivos.
El primero porque recuerda que el sueño lingüístico del nacionalismo catalán es una realidad desde hace décadas: tener una educación completamente monolingüe en catalán, bajo el pseudónimo de inmersión lingüística. Sueño, por cierto, que tiene perceptibles consecuencias como el procés. Los nacionalistas atacan al resto de españoles llamándonos “analfabetos monolingües” –no han sido pocas decenas de respuestas a mi tweet en este sentido-, pero la realidad es que serían absolutamente incapaces de aceptar el mínimo de 25% de la educación en español que exige la reciente sentencia del Tribunal Supremo. Se oponen frontalmente a asegurara una escuela realmente prurilingüe. Esto sería un torpedo a la línea de flotación del modelo de escuela etnicista que tiene Cataluña. Por tanto, primer objetivo: acabar con la escuela monolingüe en Cataluña.
El segundo porque pone de manifiesto que los españoles que tienen español como lengua materna sufren una discriminación flagrante en una región de su propio país. La ausencia de Estado en Cataluña –educación, sanidad, seguridad… cada vez queda menos España en Cataluña- hace que los nacionalistas crean que dicha región es ya prácticamente de su propiedad, procés mediante, olvidando que el español es aún una lengua oficial en Cataluña. Éste es, a día de hoy, uno de los pocos resquicios del Estado que el modelo territorial de las autonomías, la descentralización y el bipartidismo PP/PSOE han dejado en Cataluña. Y esta oficialidad hace que todos sus hablantes aún tengan sus derechos lingüísticos vigentes en esta parte de España. Un hispanohablante debe poder estudiar en español en la escuela pública de Cataluña. Segundo objetivo: recuperar los derechos de los hispanohablantes en Cataluña.
El tercero porque es una verdad inapelable que la escuela monolingüe catalana es un palo en las ruedas a la igualdad entre catalanes y a los derechos y el rendimiento de los que tienen el español como lengua materna. Es un modelo que favorece académicamente a los catalanoparlantes, que estudian todos los contenidos en su lengua materna. Son numerosos los estudios realizados en el mundo en general, e incluso en Cataluña en particular, que demuestran que estudiar en la lengua materna de cada niño tiene unos beneficios indudables para éste. Además, la ONU y la UNESCO conciencian y promueven la educación en lengua materna en sociedades plurales y fomentan el multilingüismo.
Por supuesto que, a pesar de que muchos niños no estudian en sus lenguas maternas en Cataluña, hay numerosos casos de éxito. Evidentemente, la mayoría. Pero si hubiera una parte de su educación en su lengua materna, desplegarían mejor su potencial y los resultados serían aún mejores. De todas formas, me temo que por más estudios y argumentos que se expongan respecto a este asunto al nacionalismo le es indiferente, pues el seguidismo a la inmersión lingüística responde más a un fanatismo religioso y a sus intereses particulares que a motivos racionales y científicos. Pero es necesario repetirlo hasta la saciedad para que todos aquellos que no tenemos la percepción nublada por el delirio nacionalista seamos conscientes de la situación. Tercer objetivo: implantar un modelo educativo en las regiones con lenguas cooficiales que asegure la igualdad de oportunidades entre españoles independientemente de su lengua materna.
Y el cuarto, en muy estrecha relación con esto último que he explicado, porque refleja un deliberado y desesperado esfuerzo del nacionalismo catalán por entorpecer todo lo posible el rendimiento de los hispanohablantes y, por tanto, de allanar el camino a los catalanoparlantes. Porque el etnicismo lingüístico y el racismo es un pilar no solo en su proyecto educativo sino también en su modelo “de país”. La inmersión lingüística es una traba de origen a la inmigración desde el resto de regiones de España y desde hispanoamérica, inmigración de la que se ha quejado históricamente el nacionalismo durante décadas, es una herramienta de exclusión extraordinaria. Para el nacionalismo catalán es impensable –jamás lo aceptarán- un modelo 50%-50%, por ejemplo, porque ello aseguraría una igualdad de condiciones para ellos intolerable entre hablantes de diferentes lenguas maternas en una región administrativa que, insisto, tiene ambas lenguas como idiomas oficiales. Cuarto objetivo: acabar con un modelo educativo excluyente.
Pero lo peor de la inmersión lingüística es que como modelo educativo será un fracaso –a pesar de los mantras- y una violación absoluta de derechos, pero como herramienta para el nacionalismo es excelente e imprescindible, para crear mente de enjambre y sensación de nación realmente existente. Cuando se habla de poner tan siquiera un 25% de la educación en español para equiparar las oportunidades de todos los estudiantes (independientemente de cual sea su lengua materna), no son pocos los que repiten como loros lo del modelo de éxito o que defienden que violar los más básicos derechos lingüísticos de los niños hispanohablantes en Cataluña es necesario y no tiene importancia. Se creen que los tramposos resultados del informe PISA o la selectividad son verídicos. Creen que saben hablar el español mejor que todo el resto de España, sin dar una sola clase en español. No menciona nadie, por supuesto, la posibilidad de poner el mismo examen para todo el país, no sea que las grietas de la inmersión salgan a la luz…
La clave de bóveda del nacionalismo fragmentario es utilizar la educación a los menores en dos sentidos: como vía de adoctrinamiento –llegando, como hemos visto, a inventarse la historia e incluso la geografía con el único fin de otorgar un relato a su deseada nación como unidad de destino en lo universal- y a través de la utilización de las lenguas cooficiales en la región administrativa correspondiente para segregar, en el caso de Cataluña, entre hispanohablantes y catalanohablantes. No es una segregación física y fácilmente observable, sino una segregación subrepticia en lo relativo a esfuerzo requerido, algo infinitamente más peligroso.
Porque la inmersión lingüística no tiene como fin el aprendizaje del catalán. Bajo ningún concepto. Con 3 horas al día durante los 13 años de educación obligatoria sería más que suficiente para lograr ese fin. El único objetivo por el que, para los nacionalistas, el español no puede entrar bajo ningún concepto en las aulas es porque necesitan que lo español se asocie a algo foráneo, que lo español no tenga lugar en Cataluña. No puede entrar porque es imprescindible que la escuela sea una fábrica de nacionalistas. Y el español, idioma común de todos los españoles, no puede dejar de ser lengua vehicular en la enseñanza en ningún caso ni en ninguna parte del territorio español.
Por ir concluyendo, y que sirva como reflexión, es necesario mentalizarse de una vez por todas de que dejar la educación en manos de las Comunidades Autónomas es un suicidio como país. Es poner fecha de caducidad a la nación política. Hacerlo es dar a los nacionalistas la herramienta definitiva de captación y fanatización que necesitan para lograr apoyo suficiente a sus proyectos particularistas. Por ello, es urgente e ineludible blindar la Educación como competencia estatal. Llevar a cabo las reformas necesarias para tener en toda España una educación igualitaria, gratuita, pública y plural. Una instrucción republicana que sirva al interés común y a la democracia.
Javier Maurín
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