
Abunda la charlatanería y el desconcierto en el paisaje político colectivo. Por un lado, la quincuagésima muñeca rusa postlaborista persiste con el culto a la «Tercera Vía» y a la histeria identitaria nacionalista. Por otro lado, los productos antitéticos bien debieran alarmarnos: reaccionarios que hacen de la posmodernidad condición de posibilidad para la permeación de sus delirios. Delirios, además, curiosamente también esencialistas.
Todo ello subsumido en una pésima calibración analítica de la información disponible, deja huérfanos. Nos deja huérfanos. Sin embargo, entre todo este atormentante revoltijo, algunos nos plantamos. Y es que resultan ineludibles los versos de Machado en estos días: «Desdeño las romanzas de los tenores huecos//y el coro de los grillos que cantan a la luna.//A distinguir me paro las voces de los ecos, //y escucho solamente entre las voces, una». Lo dicho: ante tanta pirueta retórica es preciso desechar las romanzas de los tenores huecos. En definitiva, es imprescindible desatender los cantos de sirena y tomar partido. Que la locomotora de Nadia Calviño no funciona es una obviedad. Ahora bien, cosa distinta es que la solución al despido libre pase por la construcción de un modelo de ciudadanía anclado en cuestiones prepolíticas: costumbres, lengua, fisonomía, religión, etc. Recientemente escribía Juan Manuel de Prada que una comunidad política laica es un «tierra vacía de moral» y en consecuencia manifestaba que sin un ethos religioso compartido la convivencia es pura utopía. Tal afirmación denota un absoluto desconocimiento de la carga moral que implica la herejía laica. No obstante, que este tipo de tesis sean sostenidas, con mayor precisión léxica que servidor, por el escritor, no debiera llamarnos la atención. En cambio, que nuevas formaciones políticas/corralitos mediáticos «de izquierdas» suscriban al vocero de Huntington antes que a Marx, por ser suave, debiera —como mínimo— escandalizarnos. ¿Qué clase de relaciones especiales mantenemos con nuestros compatriotas en un mundo globalizado, si entre Barcelona y Hong Kong hay mayor proximidad conductual que con los habitantes de San Climent de Sescebes?¿Es necesario afianzar actividades derivadas de la cultura en un proindiviso por el simple hecho de ser cultura? Dicho de otro modo, ¿toda fundamentación irracional de convivencia —religión—, que aspira a regir la vida de la totalidad de la ciudadanía, debe actuar como filtro en la adquisición de derechos? ¿Bajo qué potestad pueden negar libertades las autoridades eclesiásticas y cuál es el objetivo de homogeneizar la diversidad existente en aras de «convivir»? ¿Convivir con quiénes y a qué coste? preguntaría para culminar.
Con independencia de las inconsistencias teóricas señaladas, la oleada reaccionaria en expansión no implica asumir como mal menor a quienes parasitan las instituciones y juegan al póker apostando el bienestar de los peor ubicados en la lucha de clases con la patronal. No nos dejemos confundir por el lodo sentimentaloide de aquellos que en nombre del socialismo eliminan la prórroga del tope de los alquileres; expanden los privilegios de la Iglesia católica al resto de credos; y rehuyen de todo compromiso con el Sáhara. En otras palabras, la coyuntura actual no justifica asumir como progresista el horizonte político demócrata-cristiano que ofrece la izquierda institucional, ni tampoco abrazar reacciones joseantonianas que nada ayudan a la emancipación de los tradicionalmente desatendidos.
Todo lo expresado constata una obviedad, incluso me atrevería a decir una urgencia política. Requerimos de un nuevo partido socialista, rotundamente antinacionalista, que no se arrodille ante mercaderes que hagan de nuestros derechos bienes de consumo. Un partido internacionalista en serio, de ahí mi adhesión a El Jacobino.
- Discurso a los electores de España - 26/09/2023
- Una década cosida a retazos - 12/09/2023
- Huérfanos de una izquierda sensata - 20/07/2023