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Javier Miranda | Recientemente recuperaron en Televisión Española la gran Los santos inocentes, de Mario Camus, en homenaje al inmenso Juan Diego. Supongo que habrá poca gente a estas alturas que no la haya visto. Recordemos que está ambientada en la Extremadura rural de los años 60, y narra la historia de una familia campesina esclavizada por sus señoritos, en especial Iván, encarnado precisamente por Diego. La diferencia de clases, la sumisión de los empleados para evitar males mayores, el desprecio de los ricos por los que hacen su fortuna, entre otras derivadas, hacen de esta película que adapta la novela de Miguel Delibes un contundente retrato social.
Es inevitable pensar en otro célebre film de la Transición, la berlanguiana La escopeta nacional, y no solo por la caza que en ambos filmes juega un gran papel. Allí se satirizaban las cacerías del franquismo, un auténtico “quién es quién” de la dictadura y un medidor social de los que jugaban o iban a jugar un papel en las instituciones. Se podría hacer un magnífico programa doble con las dos, como muestra de lo que fue un país atrasado que se enfrentaba a una nueva etapa histórica, libre del polvo de la dehesa de los cuarenta años y encarándose a la modernidad más excitante. ¿O no?
Así es como se vendieron en su momento. La escopeta nacional se estrenó en 1978 y Los santos inocentes en 1984, y se quiso ver en ellas un símbolo de la superación de un pasado. Los que acudieron a los cines en estos años pensaban que eran obras que hablaban de tiempos que no volverían, que el hecho de poder hacerlas significaba que todo aquello había quedado atrás. De algún modo era una operación paralela con la Movida de aquellos años capitaneada por el futuro director de prestigio Pedro Almodóvar, entonces Enfant Terrible oficial. Si las películas de Camus y Berlanga decían “esto es lo que fuimos y lo criticamos” las del manchego parecían decir “esto es lo que somos ahora y este el futuro hacia el que nos movemos”. En cualquier caso, quedaba patente esa sensación generalizada de “gran salto adelante”.
Pero volver a ver La escopeta nacional y Los santos inocentes hoy en día provoca una gran sorpresa. Se tiene la sensación de que no son filmes históricos de un pasado superado, sino que son el presente de nuestro país. El empresario que intenta colocar sus porteros automáticos en el film de Berlanga tiene su actual correlato en, por ejemplo, los comisionistas de las mascarillas entre otras docenas de casos de corrupción. El emérito era además adicto a las cacerías como su mentor, aunque hay otros focos de concentración de las élites tipo palcos de megaestadios de fútbol para hacer negocios. Las concentraciones de Vox suelen tener con frecuencia el look del señorito Iván, con su ropa de pana y gorras de cuadros. Su estilo oratorio muchas veces recuerda al “Paco, coño, no me jodas” que pronunciaba Juan Diego. La explotación de la familia de Alfredo Landa es la que se vive hoy en día en este ambiente de capitalismo desatado en que vivimos. Para muchos, la modernidad consiste en cambiar amos terratenientes por amos empresarios, pero ahí sigue la explotación.
En suma, que esta desconcertante deriva que ha adquirido el visionado de estos filmes nos lleva a preguntarnos que pensarán los que los vieron en su momento y se creyeron lo del pasado superado. No deja de ser un ejemplo de como la Transición no removió todo lo que tenía que remover y las pretensiones de modernidad ahora hay que revisarlas a la baja. Sigue pendiente apoyar a los Alfredo Landa de verdad y darles un horizonte, sigue pendiente no convertir a la política española en un compadreo de negociantes, sigue pendiente que los señoritos que han descubierto la democracia en los últimos años a su favor dejen de portarse como si la finca fuera suya, más allá de su estética de señorito Iván. Sigue pendiente en suma una buena política que sacuda a un sistema que no se transformó tanto como a muchos les gustaría tras la muerte de Franco. Y que los futuros públicos de estas dos películas si tengan la sensación cierta de estar viendo un período histórico superado.
Javier Miranda
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