
Hoy se publica en El Mundo un buen artículo de Cayetana, una republicana de derechas, con gran capacidad intelectual: “Libres, iguales y populares”. No exento de problemas, sin embargo. Empieza reconociendo que el líder de su partido es un identitario galleguista. ¿Cómo casa esa posición con la defensa del principio de igualdad? De hecho, no es algo anecdótico ni nominal. El PP defiende posiciones foralistas, regionalistas, identitarias y particularistas en diferentes partes de España, sumado a la exaltación particularista que tanto daño hace a la causa de la igualdad. Un partido empecinado en el blindaje del concierto económico vasco, el convenio navarro, la idea de nacionalidades históricas, la aún más delirante de derechos históricos de los territorios forales, incluso la concesión de nuevos pactos fiscales para regiones ricas, ávidas por romper la unidad de redistribución. ¿Cómo casa ahí el republicanismo de Cayetana? ¿No será que lo verdaderamente anecdótico es ese discurso formalmente impoluto en un partido más dado a Majestics que a planteamientos realmente igualitarios?
Hay más. Cuando se reivindica una ciudadanía de libres e iguales por parte de una formación que ha abrazado con frecuencia un discurso abiertamente neoliberal, se incurre en una contradicción de fondo. O se defiende en serio una comunidad política robusta de ciudadanos de pleno derecho o se opta por su descomposición minarquista. Ambas cosas a la vez son imposibles. ¿Cómo apelar a la presencia del Estado en aquellos rincones de España en donde el nacionalismo lo ha hecho desaparecer cuando, al mismo tiempo y sistemáticamente, se aboga por el debilitamiento social y material de la comunidad política?
Algunos de los presuntos representantes del PP ‘fetén’, del que presuntamente defiende una España de libres e iguales, son los que frivolizan con la inexistencia de ‘trabajos basura’, abogan por liberalizar aún más el mercado laboral a sabiendas de su extrema precariedad presente, defienden una política fiscal absolutamente regresiva, optan por unas políticas de liberalización del suelo que sólo facilitarían una nueva vuelta de tuerca en la especulación de fondos buitre sobre el exiguo parque de vivienda pública o propugnan beneficiar a la educación privada y concertada, blindando la segregación por clases sociales. Son los mismos que han asumido una dogmática y sistemática impugnación del Estado social en favor de un grotesco concepto de libertad que, desde luego, no se refiere a la libertad de todos, sino que excluye de la misma a millones de personas cuyas condiciones materiales de vida no están hoy mínimamente garantizadas.
La España de libres e iguales de Cayetana sería una fantástica noticia, si fuera verdad. El problema es que no lo es. Ni siquiera en la vertiente territorial, donde los identitarios foralistas y los neoliberales madrileños coinciden en la necesidad de acentuar la descentralización competitiva, para bloquear cualquier política social que incomode al fundamentalismo de mercado (ley de vivienda), o para fomentar una degradación extrema de la progresividad fiscal, derogando por la vía de hecho Patrimonio, Sucesiones, e incluso compitiendo en el tramo autonómico del IRPF, políticas todas ellas idóneas si queremos seguir aumentando la ya relevante desigualdad social.
Tampoco resulta creíble, para los que identificamos el nacionalismo identitario con una ideología absolutamente reaccionaria, que se traten de pasar por alto las implicaciones materiales, gravosas para la causa de la igualdad y la libertad, de un partido nacionalista, esencialista y reaccionario, como es Vox, empeñado en deformar ese proyecto y convertir España en un recipiente metafísico y caricaturesco, excluyente para millones de personas, y tristemente favorecedor de los proyectos de fragmentación o disgregación territorial de los otros nacionalistas. Si nos preocupa la deriva identitaria de la izquierda oficial, ¿cómo no habría de hacerlo el identitarismo de una derecha que fantasea con cribar la pertenencia a la comunidad de ciudadanos bajo criterios religiosos, culturales o “de pureza nativa”?
La izquierda reaccionaria, la falsa izquierda de la desigualdad, merece una respuesta contundente, pero hay que hacerla desde la izquierda, la universalista, socialista y laica que representa El Jacobino, no desde un relato de derechas formalmente impoluto, pero en el fondo repleto de grietas.
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